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Y la sombra se hizo

Por Alejandro Cernuda Categoría Ficción”, Suplemento

Fragmento de La Eva Futura. Obra de Auguste Villiers de l’Isle-Adam.

CENANDO CON EL BRUJO

Nunc est bibendum, r¡unc, pede libere. Pulsanda tellus!

HORACIO

Algunos momentos después, Edison y lord Ewald volvían a entrar en el laboratorio y dejaban los abrigos de piel en un sillón.

  • Ahí está miss Alicia Clary -dijo el ingeniero-, señalando un ángulo oscuro de la extensa sala, cerca de las colgaduras de la ventana.
  • ¿Dónde? -preguntó lord Ewald.
  • Allí : en el espejo —contestó el ingeniero en voz baja, indicándole algo que espejeaba como el agua dormida bajo el fulgor lunar.
  • No veo nada –dijo este.
  • Es un espejo muy particular –dijo el electrólogo. Nada de extraño tiene que esa bella mujer me ofrezca el reflejo de su imagen, pues es precisamente lo que he de arrebatarle.

Después añadió, moviendo un tornillo que levantaba los pasadores y picaportes de la puerta:

  • Miss Alicia Clary busca la cerradura… Ya encuentra el agarrador de cristal. Ahí está.

Al decir las últimas palabras, la puerta del laboratorio se abrió; una mujer joven, alta y admirable apareció en el umbral.

Vestía miss Alicia Clary un acariciador vestido de seda azul pálido, que a la luz de aquellas lámparas parecía verde mar; entre sus negros rizos se abría una rosa roja; los diamantes brillaban en sus orejas y en su pecho. Sus hombros soportaban una pelerina de marta y su rostro se cubría deliciosamente con un velo de punto de Inglaterra.

Deslumbraba aquella mujer, viviente evocación de las líneas de la Venus victoriosa. Su parecido con el divino mármol aparecía tan sorprendente e incontestable que causaba un sobrecogimiento misterioso. No era dudoso que aquel era el original humano de la fotografía que había aparecido, hacía cuatro horas, en la pantalla.

Permaneció inmóvil, como si estuviese sorprendida por el extraño aspecto del lugar en que se hallaba.

  • Entrad, miss Alicia Clary. Mi amigo lord Ewald os espera con la más apasionada de las impaciencias, que encuentro sobrado legítimas –permitidme que os lo diga- al miraros.

La joven respondió con un tono de encargada de almacén, pero con un timbre de voz de ideal limpidez, como si unos cascabeles de oro golpearan un disco de cristal:

  • Caballero, como veis, he venido completamente en artista. En cuanto a usted, querido lord, vuestro telegrama ha llegado a inquietarme. He creído… ¡No sé qué!

Al decir esto entró.

  • En casa de quién me cabe el honor de estar? -añadió con una sonrisa de intención molesta, pero bella como una noche de estrellas sobre una estepa helada.
  • En la mía -dijo vivamente Edison-. Soy el señor Tomás.

La sonrisa de miss Alicia Clary se enfrió más al escuchar aquellas palabras. El inventor prosiguió obsequiosamente:

  • Sí, señora, maese Tomás. ¿No habéis oído nunca hablar de mí? El amigo Tomás, representante general de los teatros de Inglaterra y América.

Ella se estremeció y su sonrisa reapareció más espléndida y matizada por un deseo de interés.

  • Mucho gusto, caballero.

Y acercándose al oído de lord Ewald, añadió:

  • ¿Por qué no me habéis advertido? Os quedo muy reconocida por semejante gestión, pues deseo ser célebre, mas esta presentación es poco regular y razonable. N o debo parecer una burguesa ante estas gentes. ¡ Querido lord, estaréis siempre en las estrellas!
  • Siempre, ¡ay de mí! -respondió lord Ewald inclinándose, muy correcto, mientras ella se quitaba el sombrero y la pelerina.

Edison tiró de una anilla de acero oculta tras las cortinas. Un magnífico velador brotó del piso. Traía un lunch escogido y unos candelabros ardiendo.

Era una aparición de teatro, una cena de función de magia. Brillaban tres cubiertos entre los platos de caza y de frutas y las porcelanas de Sajonia. Una cesta con botellas polvorientas estaba al alcance de los tres asientos que rodeaban el velador.

  • Maestro Tomás -dijo lord Ewald- he aquí a miss Alicia Clary, de quien he hecho referencia por su talento de cantante y de actriz.

Después de un breve saludo, Edison le espetó con la mayor tranquilidad:

  • Esperemos, miss Alicia Clary, su debut glorioso en uno de nuestros principales escenarios. Pero de ello hablaremos en la mesa, pues el viaje abre el apetito y el aire de Menlo Park le aviva.
  • Es verdad, tengo hambre -dijo la. muchacha con tal espontaneidad, que Edison mismo, engañado por la magnífica sonrisa que se había dejado olvidada en el rostro, se sorprendió y miró a lord Ewald con extrañeza-.Había tomado aquella salida encantadora y natural por un movimiento juvenil de alegre impulso. ¿Qué significaba aquello? Si la sublime encarnación de belleza podía decir de aquella maneraque tenía hambre, lord Ewald estaba equivocado, puesto que tal nota viviente y sencilla acusaba un corazón y un alma.

Sin embargo, el joven lord, como hombre que conoce el valor exacto de cuanto se dice ante él, permaneció impasible. Entonces, miss Alicia Clary, temiendo haber dicho algo trivial ante unos artistas, se apresuró a añadir con una sonrisa de espiritualidad forzada que prestaba una sacrílega expresión cómica a la magnificencia de su rostro:

  • Señores, no será muy poético, pero hay que estar en este mundo de vez en cuando

Al oír aquellas palabras que recayeron como piedras sepulcrales sobre la criatura adorable que, inconsciente, total e irremisiblemente, se había revelado en ellas, Edison se tranquilizó; lord Ewald había analizado exactamente. El inventor, con afectuosa sencillez, contestó:

-Enhorabuena.

Y precedió a sus convidados con un gesto de invitación. El vestido cerúleo de miss Alicia al rozar las pilas. les arrancaba pequeñas chispas.

Tomaron asiento. Un ramo de capullos de rosas de té indicaba el cubierto de la joven, que al instalarse y al momento de quitarse los guantes dijo:

-Qué agradecida quedaría a usted si su mediación me sirviera para debutar decorosamente en Londres, por ejemplo.

-¡Oh, señorita! Siempre es un placer casi divino lanzar una estrella.

-He de advertiros que he cantado ante testas coronadas.

-¡Una diva! -exclamó Edison entusiasta. Mientras escanciaba a sus huéspedes unos dedos de vino de Nuits.

-Ya sé, caballero, que las divas son de costumbres más que ligeras; en eso no pienso imitarlas. Yo hubiera preferido una vida más honorable, pero me resigno a seguir mi carrera porque… hay que ser de este siglo. Además, buenos son los medios de hacer fortuna por extraños que parezcan, y hay oficios más estúpidos.

La espuma del Lur-Saluces fluía y se desbordaba.

-La vida tiene sus exigencias -dijo Edison—. Yo mismo carecía de inclinación para el examen de los temperamentos líricos. Los seres superiores pueden doblegarse a todo y adquirir cuanto quieran. Resignaos a la gloria, igual que otras muchas tan extrañadas como usted de sus triunfos. ¡Por vuestros éxitos!

Y alzó la copa.

Correspondiendo a la expresiva facundia del electrólogo (cuyo rostro a los ojos de lord Ewald aparecía cubierto por un misterioso antifaz), Alicia Clary dio con su copa en la Edison, con un ademán tan digno y reservado que en vez de copa parecía una taza.

Los comensales bebían los rayos líquidos; desde entonces, entre ellos quedó roto el hielo.

La luz de las lámparas temblaba en los cilindros, en las aristas de los reflectores y en los grandes discos de cristal. Una impresión de secreta y oculta solemnidad flotaba en el cruce de las miradas. Los tres estaban pálidos. El ala inmensa del silencio pasó un instante sobre ellos.

SUGESTION

Entre el operador y el sujeto, las preguntas y respuestas no son más que un velo verbal, por completo insignificante, bajo el cual, recta, fija, atenta, la volición sugerida por los ojos del Sugerente permanece inflexible como una espada.

FISIOLOGÍA MODERNA

Miss Alicia Clary seguía sonriendo. Los diamantes de sus dedos brillaban cada vez que llevaba a sus labios el tenedor de oro.

Edison miraba a aquella mujer con la atención del entomólogo que al fin apercibe, en una clara noche, la falena fabulosa que ha de enriquecer mañana las vitrinas de un museo, clavada por el dorso con un alfiler de plata.

-¿Qué os parece nuestro teatro de aquí, miss Alicia? -dijo– ¿Y nuestras decoraciones y cantantes? ¿Verdad que no están mal?

-Una o dos, agradables, pero un tanto cursis.

-Justo -dijo Edison riendo-. ¡Pero lós trajes de antaño eran tan ridículos l ¿Cómo habéis encontrado el Freyschütz?

-¿El tenor?… Su voz, un poco blanca; él, distinguido, pero frío.

-Desconfiemos de aquellos a quienes una mujer encuentra fríos.

-¿Decís? -preguntó miss Alicia.

-Decía que… la distinción es todo en la vida.

-Sí, la distinción… -dijo ella alzando sus ojos profundos como el cielo de oriente-. Creo que no podría amar a quien no fuese distinguido.

-Todos los grandes hombres: Moisés, Homero, Atila, Mahoma, Carlomagno, el Dante, Cromwell, Napoleón estaban dotados, según la historia cuenta, de una distinción exquisita y de mil delicadezas encantadoras en sus modos, rayanas en el melindre… Esas fueron las causas de sus éxitos, mas volvamos a la ópera.

-¿Ah, la obra?… -repuso miss Alicia Clary con una mueca deliciosamente desdeñosa, como una Venus mirando a Diana y a Juno—, entre nosotros, me ha parecido un poco.

-¿Sí, verdad? Un poco …. –dijo ,Edison alzando las cejas y conservando la mirada atónita.

-¡Eso mismo! -exclamó ella, aspirando entre sus manos las rosas de té.

-Sí, claro… , no es de actualidad -resumió el inventor con tono seco y perentorio.

-Primero y principal, no me agradan los disparos en escena. Hacen brincar. Y precisamente empieza con tres tiros. Hacer ruido no es hacer arte.

-Además, es tan fácil que ocurra un accidente!

La obra ganaría si se suprimiesen esas detonaciones.

-Esa ópera es de lo más fantástico–murmuró miss Alicia.

-Ya se acabó el tiempo de lo fantástico. Vivimos en una época en que sólo lo positivo tiene derecho a que le prestemos atención. ¿Y la música, qué os ha parecido?

El inventor alargó los labios de una manera interrogativa:

  • Me he marchado antes del vals -respondió sencillamente la joven, como si así declinara toda posibilidad de apreciación.

La voz articuló esa frase con tan pura inflexión de contralto que sonó a algo celeste. Para un extraño que no hablara la lengua de los convidados, miss Alicia Clary hubiera aparecido como el fantasma sublime de una Hipatia, de rostro ateniense, errante en la noche a través de Tierra Santa, descifrando a la luz de las estrellas, entre las ruinas de Sión, algún pasaje olvidado del Cantar de los Cantares.

Lord Ewald, como hombre que no concede atención a las minucias y accidentes circundantes, parecía únicamente preocupado por las burbujas irisadas que brillaban en la rojiza espuma de su copa.

– Eso es otra cosa -respondió sin conmoverse Edison-. Concibo que no podáis formar juicios acerca de mamarrachadas… como las escenas del bosque y de la fundición de las balas, o como el trozo de la calma de la noche.

– Ese forma parte de mi repertorio –suspiró miss Alicia Clary-. La cantante de Nueva York se cansa por poco. Yo podría cantarlo diez veces seguidas sin que se me notara nada, lo mismo que os canté Casta divacierta noche -añadió volviéndose hacia lord Ewald. N o comprendo que se escuche seriamente a las cantantes que tanto se entusiasman. Me parece que me encuentro en una asamblea de locos cuando oigo aplaudir semejantes extravíos.

– ¡Qué bien os comprendo yo, miss Alicia Clary!-, exclamó el electrólogo. Y enmudeció en seguida.

Acababa de sorprender la mirada que lord Ewald, en un momento de distracción sombría, arrojó sobre las sortijas de la virtuosa.

  • Sin duda, pensaba en Hadaly.

Edison alzando la cabeza pronunció:

– Omitimos hasta ahora, me parece, una cuestión en extremo grave.

– ¿Cuál? -preguntó miss Alicia Clary.

Y se volvió hacia lord Ewald, extrañada por su silencio:

  • La de los emolumentos a que aspiráis.

Alicia dejó de mirar al joven lord.

  • ¡Oh, yo no soy una mujer metalizada!
  • Sólo tenéis el corazón de oro -respondió galantemente Edison, inclinándose.
  • El dinero es necesario –moduló la incomparable criatura con un suspiro que un poeta no hubiera denegado a Desdémona.

¡Qué lástima! … ¡Y más siendo artista! –dijo Edison.

Miss Alicia, más insensible a esa galantería, dijo:

-Las grandes artistas se miden por el dinero que ganan. Hoy soy más rica de lo. que necesitan .mis gustos naturales. Sin embargo, quisiera deber mi fortuna a mi profesión, quiero decir, a mi arte.

-Me parece de una delicadeza digna de ser alabada…

-Si pudiera…  por ejemplo –vacilaba mirando al ingeniero- doce mil.

Edison frunció las cejas imperceptiblemente.

-0 seis… –repuso miss Alicia.

El rostro de Edison se esclareció un tanto.

-De cinco a veinte mil dólares por año -acabo, enardecida y sonriente como la divina Anadiómena alumbrando el alba y las olas con su aparición-. Y estaré muy contenta, aunque no sea más que por la gloria.

El rostro de Edison se aclaró del todo.

-¡Cuánta modestia! ¡Creí que ibais a contar por guineas!

Por la frente de la muchacha pasó una sombra de contrariedad.

-Ya sabéis lo que son los debuts. –dijo ella. -No hay que ser exigentes! Mi divisa es además: «Todo por el arte».

Edison le tendió la mano.

-Me he encontrado con el desinterés de un alma elevada, mas, ¡alto!… desechemos las adulaciones prematuras. No hay peor maza que el incensario torpemente manejado. Esperemos. ¿Un dedo más de este vino de Canarias?

De pronto la joven, como si se despertara, miró a su alrededor con extrañeza.

-Pero… ¿dónde estoy? –murmuró.

-En el taller del más grande y original escultor de la Unión. Es una mujer. Esta aclaración debe revelaros su nombre: la señora Any Sowana. Le he arrendado esta parte del castillo.

-¡Qué chocante! He visto algunos instrumentos de escultura en Italia y en nada se parecían a estos.

-¡Qué queréis! Es el método nuevo. Hoy somos cada vez más expeditivos. Todo se simplifica. Pero de la gran artista. en el taller de la cual estamos y que se llama Any Sowana, ¿no oísteis nunca hablar?

-Sí, creo que sí -dijo a todo evento miss Alicia Clary.

-Seguro estaba de ello; su fama ha atravesado el Océano. Esta soberana cinceladora del mármol y del alabastro es literalmente prodigiosa en su rapidez. Procede con medios completamente nuevos. Es un descubrimiento reciente. En tres semanas reproduce magníficamente y con fidelidad escrupulosa lo mismo los humanos que los animales. ¿No sabéis, miss Alicia Clary;. que hoy la buena sociedad ha sustituido el retrato por la estatua 7 El mármol está de moda. Las más altas damas o las más distinguidas celebridades del mundo del arte han comprendido con su tacto femenino que la dignidad y la belleza de sus líneas corporales nunca podían ser shockings. Precisamente, la señora Any Sowana está ausente, porque está acabando la estatua de cuerpo entero de la encantadora reina de-Taiti de paso por Nueva York.

Miss Alicia pareció extrañarse.

-¿Cómo el gran mundo lo ha aceptado como decoroso?

-Y también el mundo de las artes. ¿No habéis visto las estatuas de Rachel, de Jenny Lind, de Lola Montes?

-Sí, creo haberlas visto… –dijo ella como s1 persiguiera un recuerdo

-¿Y la de la princesa Borghése

-De esa recuerdo, creo haberla visto en España. Sí, en Florencia- interrumpió soñadora miss Alicia Clary.

-Desde que una princesa dio el ejemplo, la cuestión ha sido admitida y acogida favorablemente en todas las esferas. Cuando una artista está dotada de una gran belleza, es obligatorio que se mande hacer su propia estatua antes de que se la levanten. ¿Tendréis expuesta la vuestra en los salones anuales de Londres? N o sé como el recuerdo de ella, capaz de llamar la atención de mi admirativa curiosidad, se ha disipado en mi memoria. Me avergüenzo a1 confesarlo pero no recuerdo vuestra estatua.

«Miss Alicia bajó los ojos.

-N0 tengo más que mi busto en mármol blanco y fotografías. Ignoraba que…

-Es un crimen de lesa-humanidad. Además, desde el punto de vista del reclamo indispensable a los grandes artistas, es un grave olvido. No me extraña que no seáis ya de aquellas cuyo solo nombre es una fortuna para un teatro y cuyo talento está fuera de precio

Al proferir aquellas absurdas palabras, el electricista enviaba un fulgor vivo al fondo de las pupilas de su interlocutora.

-Hubierais debido advertirme de eso –dijo Alicia dirigiéndose al joven.

-¿No os llevé al Louvre? -respondió él.

-Sí, delante de una estatua que se parece a mí y que no tiene brazos. Pero todos nos descubren el parecido.

¡Vaya una cosa!

-Un consejo: aprovechad la ocasión –exclamó Edison sin dejar de dirigir su vibrante mirada a las pupilas de la virtuosadeslumbrante.

-Si está de moda, ¿por qué no? -dijo Alicia.

-Bien. Como el tiempo es oro, mientras ensayamos algunas escenas de producciones dramáticas de nuevo orden, la señora Any Sowana pondrá manos a la obra, auxiliada

por mis indicaciones, cuanto antes. Así que en tres semanas … Veréis qué pronto lo hace.

-Si es posible empezaremos mañana –interrumpió la muchacha-. ¿Y cómo posaré? -añadió mojando sus labios de rosa roja en la copa.

-Sin ñoñerías -dijo Edison-. Atrevámonos a asustar de antemano a las rivales. Hay que sorprender a la multitud con uno de esos golpes de audacia que repercuten en ambos continentes.

-Mejor que mejor -respondió ella-, con tal de llegardebo hacerlo todo.

-Desde el punto de vista del reclamo, vuestra estatua me parece indispensable en los foyers de Covent Garden o de Drury Lane. Una bella y magnífica estatua de cantante predispone a los diletantes, desorienta a la muchedumbre y seduce a los directores. Posad en Eva: es la pose más distinguida. Apostaré que ninguna artista después de usted, se atreverá a representar ni a cantar La Eva Futura.

-¿Como Eva, decís? ¿Es un papel de repertorio nuevo?

-Naturalmente -dijo Edison-. Será sencillo, pero augusto, que es lo esencial. Para una belleza tan sorprendente como la vuestra es la única posepor todos conceptos conveniente.

-Es verdad; soy muy bella·-murmuró la joven con una melancolía extraña-. Después, alzando la cabeza, preguntó:

-¿Qué pensáis de ello, milord Ewald?

-El buen amigo Tomás os da un excelente consejo -dijo él con abandono.

-Además, el gran arte justifica la estatua y la belleza desarma al más severo. ¿No están las Tres Gracias en el Vaticano? ¿No subyugó Friné el Areópago? Si vuestros éxitos lo exigen, lord Ewald no será tan cruel que levante objeción alguna.

-Convenido -dijo Alicia.

-Bien. Desde mañana. Advertiré a Sowana a mediodía. ¿A qué hora queréis que os espere?

-A las dos.

-Bien. Ahora, la más profunda de las reservas -añadió Edison poniendo un dedo sobre sus labios-. Si se supiera que me consagro a vuestro debut, estaría como Orfeo entre las bacantes y me jugarían una mala partida.

-Estad tranquilo -exclamó miss Alicia.

Después, acercándose a lord Ewald, le dijo al oído.

-¿Este señor… Tomás es un hombre muy formal?

-Sí -respondió el joven-. Por eso mi telegrama fue tan apremiante.

Habían llegado a los postres.

Edison trazó con lápiz unas cifras en el mantel.

-¿Escribís? -preguntó lord Ewald.

-N o es nada -murmuró el ingeniero-, un descubrimiento del que tomo nota, a prisa, para que no se me olvide.

La mirada de la joven vino a caer sobre la reluciente flor que Hadaly había dado a lord Ewald y que éste, por descuido, llevaba aún en la solapa.

-¿Qué es eso? -dijo dejando la copita de licor y alargando la mano.

Edison se levantó y fue a abrir la ventana mayor. De las que daban al parque. El claro de luna era admirable. Se apoyó en la balaustrada, fumando, vuelta la espalda a los astros.

Lord Ewald vaciló ante el gesto y la pregunta de la viviente. Tuvo un movimiento involuntario para defender la flor.

-Sois demasiado real para aspirar a ella.

De pronto, algo le hizo cerrar los ojos. Allá, en las gradas de su solio mágico, apareció Hadaly: Con su brazo brillante levantó la colgadura d terciopelo granate.

Bajo su armadura y su velo negro permaneció inmóvil como una aparición.

Miss! Alicia Clary, que estaba de espaldas no podía ver al androide.

Esta debía hacer estado atenta a las últimas circunstancias de la conversación envió con la mano un beso a lord Ewald, quien se levantó bruscamente.

-¿Qué es eso? ¿Qué os pasa? Me asustáis – dijo la joven

Él no contestó. Volvió a caer la colgadura y desapareció el fantasma.

Aprovechando aquel momento de distracción de miss Alicia Clary, el gran electricista extendió la mano sobre su frente.

Sus párpados se cerraron gradualmente sobre sus ojos de aurora; sus brazos esculpidos en mármol de Paros se quedaron inmóviles: el uno sobre la mesa; el otro, sobre un cojín, guardando el ramillete de pálidas rosas.

Parecía una estatua de la Venus olímpica, ataviada a la última moda y en tal actitud. La belleza de su rostro estaba iluminada por un reflejo sobrehumano.

Lord Ewald, quien presenció el gesto y el efecto del sueño magnético, tomó la mano fría de miss Alicia.

-Muchas veces -dijo- he sido espectador en experiencias semejantes; esta me testimonia una rara energía de fluido nervioso y una voluntad.

-Todos nacemos dotados, en diversos grados, de esa facultad vibrante: yo, con paciencia, he desarrollado la mía; he ahí todo. Puedo decir, además, que mañana, en el momento en que yo piense que son las dos de la tarde, nadie impedirá a esta mujer, a menos de ponerla en peligro de muerte, de venir a este estrado y prestarse a la convenida experiencia. Todavía tenéis tiempo para decidiros y para olvidar nuestro hermoso proyecto de esta noche. Podéis hablar como sí estuviéramos solos; ya no nos oye.

En aquel momento, la blanca Hadaly reapareció apartando las colgaduras. Inmóvil, bajo su velo de luto, permaneció como pensativa, cruzando los brazos de plata sobre el seno.

El joven y grave señor, mostrando a la burguesa dormida, respondió:

-Querido Edison, tenéis mi palabra, y a ella puedo añadir que carezco de frivolidad en el cumplimiento de mis compromisos.

Bien sabemos, usted tanto como yo, que los seres extraordinarios están diseminados en nuestra especie y que, después de todo, esta mujer, salvo su esplendor corporal, es como muchos millones de semejantes suyas, entre las cuales y sus afortunados poseedores, la desatención intelectual es recíproca.

Soy tan poco difícil respecto de aquello que se debe esperar de una mujer, aun superior, que si esta estuviera dotada de la más mínima eventualidad de ternura por un ser cualquiera, miraría como un sacrilegio la obra proyectada entre nosotros.

Acabáis de comprobar la endémica, la incurable, la egoísta aridez que, unida a su fastidiosa suficiencia animan esa forma sobrenatural. Ya sabemos que su triste yo no puede amar a nadie, pues no tiene en su turbia y contumaz entidad algo que le haga experimentar lo que acredita y define al ser verdaderamente humano.

Su corazónse va agriando poco a poco bajo el influjo de lo huero de sus ideas, que tienen la particularidad de envolver con los reflejos de su esencia todo cuanto la rodea. Aun quitándole la vida, no se le arrancaría su sorda,, opaca, ramplona y lamentable mediocridad. Es así, sólo Dios, solicitado por la fe, puede modificar lo intimo de una criatura

¿Por qué quiero libertarme, aunque sea de· un modo, fatal, del amor que me inspiró su cuerpo? ¿Por  qué no he de contentarme, como harían muchos de mis semejantes, en gozar únicamente de su belleza física prescindiendo de lo que la anima,

Porque no puede atenuar en mi conciencia, con ningún razonamiento, una secreta certidumbre cuya permanencia me roe el alma con un remordimiento insoportable.

Ahora siento en mi corazón, en mi cuerpo y en mi espíritu que en todo acto de amor no se escoge solamente la ración de nuestro deseo. Es desafiarse a sí mismo por cobardía sensual, aceptar un alma y fundirla con la nuestra, creyendo que se pueden excluir los atributos que no sean inconvenientes. Como aquel espíritu es el único que puede producir las formas y los deseos que anhelamos,no cabe más que desposare con el todo. El enamorado quiere ahogar inútilmente aquel pensamiento último y absoluto que es el convencimiento de que de que se ha empapado todo, del alma que poseyó con ,el cuerpo, y a la cual, cándidamente, creyó que podía excluir y descartar, desentendiéndose de ella en el abrazo.

No puedo en ningún instante desterrar esta evidencia interior, que me obsesiona, de que mi yo, mi ser oculto, esta ya para siempre inoculado por la miseria de esa alma fangosa, de instintos tan oscuros que no pueden extraer belleza alguna ¿Qué son las cosas sino nuestros conceptos? ¿Qué somos nosotros sino aquel deleite que al admirar las cosas nos trae el reconocimiento de encontrar en ellas algo de nosotros mismos?

Lo confieso con toda sinceridad; creo haber cometido una bajeza indeleble al poseerla. No sé cómo rehabilitarmede ese acto; por eso quería castigar mi debilidad con una muerte purificadora. Aunque se burlara de mí toda la especie humana, conservaré originalidad para tomar esto en serio; mi divisa familiar es: Etiamsi omnes, ego non.

Os atestiguo por última vez, que de no haberme hecho esa súbita, curiosa y fantástica proposición, no escucharía esas campanadas que suenan en la noche.

Estaba hastiado del momento.

Ahora que ya tengo derecho a mirar el físico velo del ideal de esta mujer como un trofeo ganado en un combate, del cual, a pesar de ser victorioso, salgo mortalmente herido, me permito disponer de ese velo diciéndoos como resumen de nuestra velada : «Considerando el poder de vuestra prodigiosa inteligencia, os confío este pálido fantasma humano para que lo transfiguréis. Y si en tal empresa libertáis la forma sagrada del cuerpo de la enfermedad de su alma, yo os juro intentar el acabamiento y perfección de esa entidad redentora.»

-Está bien -dijo Edison.

-Lo habéis jurado -añadió con voz melodiosa y triste Hadaly.

Las cortinas se cerraron. Brilló una chispa. El rozamiento de la plataforma que se hundía en la tierra y vibró algunos segundos y después se extinguió.

Edison, por medio de dos o tres pases sobre la cabeza de la durmiente, le restituyó a la conciencia. Mientras tanto, lord Ewald se calzaba los guantes como si nada hubiera sucedido.

Miss Alicia Clary se despertó, reanudando la interrogación en aquel punto en que quedara interrumpida:

-¿… por qué no me decís si os gusta, lord Ewald?

Al escuchar su título tan estúpidamente otorgado, no tuvo el joven una de esas muecas amargas con que los gentileshombres de alcurnia acogen esos tratamientos

que les da la sociedad trivial. Sólo respondió:

-Querida Alicia, excusadme, estoy un poco fatigado.

Las ventanas seguían abiertas ante la noche estrellada que palidecía en Oriente. Se oyó el ruido de un coche y el crujir de la arena del parque.

-Vienen por ustedes -dijo Edison.

-Se ha hecho muy tarde -dijo lord Ewald encendiendo un cigarro- ¿N o tenéis sueño, Alicia?

-Sí, quisiera descansar un poco.

El electrólogo intervino:

He aquí vuestras señas. Las habitaciones son de lo mejor que podéis desear en viaje. Hasta mañana.

Buenas noches.

El coche condujo a los dos amantes desde Menlo Park a su nido improvisado.

Cuando se quedó solo, Edison reflexionó un momento. Después de cerrar las persianas, murmuró:

– iQue noche! Este muchacho místico, este aristócrata encantador, no se da cuenta de que ese parecido con la estatua reconocible en la forma carnal de esa mujer; esa semejanza, es algo enfermizo,consecuencia de un antojoen su ascendencia. Ella ha nacido así como otras nacen con manchas. Es un fenómeno tan normal como el de la mujer gigante. Su parecido con la Venus Victrix no es más que una especie de elefantiasis que le traerá la muerte, una deformidad patológica que padece su propia naturaleza. Sin embargo, es misterioso que esa sublime monstruosidad  haya venido al mundo para legitimar mi primer androide. La experiencia es bonita. Manos a la obra Y que la sombra se haga. Creo que también me he ganado esta noche el derecho de dormir unas horas.

Anduvo hacia el centro del laboratorio:

–Sowana -llamó a media voz y con una entonación particular.

Una voz femenina, pura y grave, igual a aquella que se oyó en el crepúsculo vespertino, respondió invisible.

-Heme aquí, querido Edison. ¿Qué me decís?

-Durante unos momentos el resultado me ha desconcertado a mí mismo, dijo Edison. En verdad, supera toda esperanza. Es algo mágico

-Eso no es nada todavía, dijo la voz- Después de la encarnación será sobrenatural

Tras de un largo silencio, Edison ordenó:

-Despertaos y descansad.

Tocó el botón de un aparato; las tres lámparas radiantes se apagaron a un tiempo.

La lamparilla brillaba todavía y alumbraba el misterioso brazo que sobre el cojín de la mesa de ébano ostentaba en la muñeca una víbora de oro cuyos ojos azules parecían en la oscuridad mirar al gran inventor.

IMPORTUNIDADES DE LA GLORIA

El obrero que no trabaje veinticinco horas diarias no puede entrar en mi taller.

Edison

Durante la quincena siguiente a aquella velada, el sol doró alegremente el afortunado distrito de Nueva Jersey.

El otoño avanzaba: las hojas de los grandes áceres de Menlo Park se veteaban de púrpura. El aire las sacudía más reciamente de día en día.

El castillo de Edison y sus jardines aparecían distintamente en los crepúsculos azules. Las aves de los alrededores, acostumbradas a los ramajes frondosos, piaban su canción de invierno, ahuecando la pluma.

Durante esa serie de días hermosos reinó gran inquietud en los Estados Unidos, y en particular en Boston, Filadelfia y Nueva York. Edison había suspendido toda recepción desde la visita de lord Ewald.

Encerrado con sus aparejadores y mecánicos, no salía. Los curiosos periodistasencontraron la puerta cerrada; defraudados, intentaron sondear a Martín, mas su mutismo sonriente desconcertó sus tentativas. Periódicos y revistas se conmovieron  ¿Qué hacía el brujo de Menlo Park, el papá del fonógrafo? Empezaron a circular rumores concernientes a la adaptación del contador eléctrico.

Algunos detectives hábiles quisieron alquilar casas cuya proximidad pudiera servir para sorprender las experiencias. Fueron dólares perdidos. No se veía nada desde aquellos malditos huecos. La Compañía del Gas, profundamente inquieta, envió sabuesos sagaces que se instalaron en los cerros circundantes y que, provistos de poderosos catalejos, otearon con perspicacia los jardines.

Frente al laboratorio, el follaje de una avenida impedía toda investigación. Se había visto, empero, a una bellísima dama vestida de azul que cogía flores en los arriates. Esta noticia había aterrado a la Compañía del Gas.

El inventor quería dársela con queso. Era evidente. ¡Vamos… ! ¡Y vestida de seda azul! No cabía duda: quería engañarles. ¿Habría descubierto la división del fluido? Ellos no eran tan tontos para que… ¡Aquel hombre era un castigo social!

Llegó al colmo la ansiedad cuando se supo que Edison había requerido al excelente doctor Samuelson D. D. y al famoso odontólogo W. Pejor, dentista de la alta sociedadamericana.

El rayo no hubiera divulgado con mayor rapidez que los medios humanos, que Edison era presa de un flemón terrible y alucinante, poniéndole en peligro de meningitis e inflamándole la cabeza, que había adquirido el tamaño del Capitolio de Washington.

Se temía la complicación de un ataque al cerebro. ¡ Era hombre perdido! Los accionistas del Gas, cuyos valores habían bajado considerablemente, se estremecieron de alegría al conocer la noticia. Se echaron unos en brazos de otros llorando de satisfacción y pronunciando palabras incoherentes.

Tras haberse fatigado por sus esfuerzos infructuosos en la elección de términos suficientemente encomiásticos para redactar conjuntamente, en una gira, el himno que pensaban dedicarle, renunciaron a su elaboración y optaron por adquirir el mayor número de acciones al portador de la Sociedad, fundada sobre el capital intelectual de Edison y la explotación de sus descubrimientos, aprovechando la baja.

Cuando el venerable doctor Samuelson D. D. y el ilustre W. Pejor afirmaron por su honor, al volver a Nueva York, que la vida del mirífico brujo nunca había estado más segura y que, durante su estancia en Menlo Park, sólo se había ocupado en ensayar algunos anestésicos de su invención en la persona de la dama vestida de azul,. hubo una verdadera catástrofe bursátil de varios millones de dólares. Los recientes compradores prorrumpieron en verdaderos aullidos. Fueron .votados tres gruñidos oficiales al final del cenáculo de consolación que celebraron los perspicaces especuladores de la famosa baja. Nada más natural que acontecimientos de esa clase en un país en donde el más diáfano asunto depende de la industria, la actividad y los descubrimientos.

Repuestos parcialmente de la alerta y del pánico la tranquilidad de los espíritus debilitó bastante las ‘asperezas del espionaje.

Una noche, al saberse que una caja de dimensiones importantes, expedida a nombre de Edison llegaría a Menlo Park en camión, los detectives mercenarios dieron pruebas de una insólita moderación. Su procedimiento de inquirir fue censurado como excesivamente benévolo y puerilmente ingenioso.

Primeramente, se limitaron a lanzarse sobre el conductor y los criados negros, sin vanos preámbulos, y molerlos a estacazos hasta dejarlos por muertos en la carretera. A la luz de sus antorchas se apresuraron a abrir el cajón, poniendo el mayor cuidado y delicadeza en sus maniobras, es decir, metiendo unas palancas en las aberturas de las tablas hasta romperlas.

¡Al fin podrían examinar los nuevos elementos eléctricos y ver en qué consistía el contador encargado por Edison.

Procedió el jefe de la expedición al examen minucioso del contenido de la caja y no halló más que un traje de seda azul, botas del mismo matiz, unas medias muy finas, una caja de guantes perfumados, un abanico de ébano tallado, unas puntillas negras, un corsé encantador y ligerísimo con lazos color fuego, peinadores de batista, una caja de joyas con pendientes, sortijas y pulseras, frascos de esencia, pañuelos bordados con la inicial H., etc. Todo un equipo femenino.

Ante tal espectáculo, los agentes quedaron estupefactos rodeando el cofre. Silenciosos y haciendo muecas quedaron aquellos buenos señores, con la barbilla entre los dedos, saboreando las heces de su inconveniencia. Enloquecidos, cruzaban violentamente los brazos o se ponían en jarras, enarcando las cejas y mirándose con ojos desconfiados y medrosos. Medio asfixiados por el humo de las antorchas de sus subalternos, con reprimidas exclamaciones, convinieron que el papá del fonógrafo se burlaba de ellos.

Comprendió el jefe de la partida que la tropelía cometida podía tener malas consecuencias y se dispuso a ordenar, por medio de imprecaciones escogidas que devolvieron el sentido de la realidad a la horda, que con prontitud y cuidado llevaran el cuerpo del delito a su destino.

Obedeció la cáfila poniéndose en marcha. En la verja de casa de Edison hallaron cordial recibimiento en Martín y sus colegas, que, revólver en mano, les agradecieron calurosamente el trabajo que tan oficiosamente se tomaban. Los empleados del ingeniero se apoderaron del cajón y proyectaron sobre los mencionados caballeros una llamarada de magnesio que reprodujo fotográficamente sus carotas híspidas e hircanianas.

Merecedores de una generosa recompensa, gracias a un oportuno telegrama de Edison que precedió al envío del retrato en grupo, obtuvieron por disposición del constatable el premio de unos meses de penumbra. Los que les habían encargado tal m1s1on fueron los primeros en acusarles ante el funcionario por sus benévolos procedimientos. Aquello contribuyó a amortiguar la vigilancia de la pública curiosidad.

¿Qué podría hacer Edison? ¿Qué imaginaba? Los impacientes quisieron derribar la verja, pero el ingeniero advirtió por los periódicos que la pondría en comunicación con una importante corriente. Desde entonces, los curiosos se mantuvieron a cierta distancia. ¿Qué guardas, vigilantes o serenos pueden competir con la electricidad? ¡Intentad corromperla! A menos de ir revestidos de herméticos y espesos vestidos de cristal, la tentativa tendría amargas consecuencias y su resultado sería siempre negativo.

Las conversaciones proseguían:

«¿Qué hacer? ¿Hay que interrogar a míster Edison? ¿N os recibirá bien? ¿Cómo se podría saber? ¿Y los niños? Acostumbrados a un eterno mutismo, preguntarles algo es perder el tiempo. Hay que esperar.»

Por entonces, Toro Sentado, el jefe de los últimos pieles-rojas del Norte, consiguió una inesperada v sangrienta victoria sobre las tropas americanas enviadas para combatirle. Habiendo quedado diezmada la flor de la juventud de las ciudades del noroeste de la Unión, la atención pública se traslado al peligro amenazante de los indios y abandono a Edison por unos días.

Aprovechó la circunstancia el ingeniero para enviar a Washington a uno de sus mecánicos con encargo de entenderse con el primer peluquero de lujo de la capital. Entregó a éste, el inteligente emisario, una muestra de pelo ondulado y moreno, con una nota expresiva al milígramo y al milímetro del peso y la longitud de aquel que quería imitar y sustituir. También puso en sus manos cuatro fotografías de tamaño natural de una cabeza de mujer, cuyo rostro cubría un antifaz, con las cuales había de tener datos suficientes para obtener el carácter y descuidodel peinado.

Como se trataba de Edison, los cabellos fueron escogidos, pesados y servidos en menos de dos horas.

El enviado entrego al art1sta un te¡1do sutil que remedaba una dermis capilar de aspecto tan natural que el peluquero, tras examinarlo, no pudo menos de decir:

-¡Parece un cuero cabelludo acabado de arrancar! Está curtido por un procedimiento insospechable. ¡Es maravilloso! Debe ser una sustancia que… ¡Con tal sistema desaparece toda la rigidez de la peluca!

El edecán de Edison le respondió:

-Esto se amolda exactamente a la bóveda craneana, al occipucio y a los parietales de una persona de las más elegantes. Después de unas fiebres teme perder el cabello y desea reemplazarlo durante algún tiempo por éste. Aquí están los perfumes y el aceite que usa. Se trata de que haga usted una obra maestra: el precio es lo de menos. Haced que trabajen día y noche tres o cuatro de vuestros mejores artistas en tramar la cabellera con este tejido, imitando la Naturaleza con toda fidelidad. Ni más ni menos. ¡Sobre todo, no consigáis algo que esté mejor que la Naturaleza. Idénticamente. Mirad las presentes fotografías, con lupa revisaréis los rizos rebeldes y mechoncillos. El señor Edison desea el encargo para dentro de seis días y no me marcharé sin llevármelo.

Ante el apremio del plazo, el peluquero lanzó agudos gritos. Sin embargo, al cuarto día por la noche, el enviado volvió a Menlo Park con una caja en la mano.

Cuchicheaban los mejor informados de aquellos al-·rededores que una misteriosa carroza se paraba todas las mañanas frente a una puerta recién abierta en la muralla del parque. Una dama joven, casi siempre vestida de azul, bellísima, muy distinguida, bajaba de ella, sola, y pasaba el día con Edison y sus ayudantes en el laboratorio o paseaba por las avenidas del parque. Por la noche, el mismo vehículo venía a recogerla y la llevaba a una posesión suntuosa recién alquilada por un aristócrata inglés joven y gallardo. «¿Para qué tanto secreto sobre este asunto tan pueril?

-¿Y aquella reclusión inexplicable?…

-¿Qué relación guardaban aquellos episodios novelescos con las conquistas de la ciencia? ¡Qué hombre más extraño! «

La pública curiosidad, fatigada, esperó que pasara el frenesídel gran ingeniero.-

EN UNA TARDE DE ECLIPSE

Una tarde de otoño en que el aire dormía inmóvil y bajo, mi amada me llamó. Un velo de bruma cubría la tierra. Hubiérase dicho, al ver los esplendores de octubre en el follaje y el cálido arrebol en el cielo, que el arco iris había bajado del firmamento.
He aquí el día más hermoso de los días –me dijo al acercarme- el más bello para vivir o morir. Espléndido para los hijos de la tierra y de la vida y más aún para las hijas del Cielo y de la Muerte


EDGARD ALLAN POE. MORELLIA

Una de las últimas tardes de la tercera semana, lord Ewald bajó de su caballo ante la cancela de Edison y, después de dar su nombre, penetró por una de las avenidas que llevaban hasta el laboratorio.

Hacía diez minutos, al leer los periódicos, esperando la vuelta de miss Alicia Clary, el joven recibió el siguiente telegrama:

«Menlo Park: Lord Ewald, 7-8-5, 22 m. Tarde. Desearía me concedierais unos momentos, Hadaly.»

En vista del despacho, lord Ewald ordenó que ensillasen el caballo.

Declinaba la tormentosa tarde: parecía que la naturaleza se complicaba en el esperado acontecimiento. Diríase que Edison había escogido el momento.

Era un crepúsculo de un día de eclipse. En el poniente, unos rayos de aurora boreal alargaban en la bóveda del cielo las varillas de su imponente abanico. El horizonte parecía una decoración. El aire vibraba, enervante. Los estremecimientos de un aire tibio Y      denso hacían revolotear las hojas caídas. Del sur  al noroeste asomaban monstruosas nubes, de algodón violeta ribeteadas de oro. El cielo parecía artificial. Por encima de las montañas septentrionales unos tenues, largos y lívidos relámpagos se cruzaban como hojas de espada. El fondo de las sombras era amenazador.

El joven vio en el cielo el reflejo de sus preocupaciones. Cuando llegó al umbral del, laboratorio. Tuvo un segundo de vacilación. Vio a través de los cristales a miss Alicia Clary, que estaba en sus últimas sesiones y recitaba algo, sin duda, al maestro Tomás. A pesar de todo, entró.

Edison estaba envuelto en su bata y sentado en un sillón. Tenía en sus manos unos manuscritos.

Al oír el ruido de la puerta, miss Alicia dijo volviéndose:

-Ahí está lord Ewald.

Este no había vuelto al laboratorio desde la noche terrible.

Al ver al joven elegante, Edison se levanto y se estrecharon la mano.

-El telegrama que he recibido era de una concisión tan elocuente que por primera vez en mi vida he tenido que ponerme los guantes en camino.

Saludó el lord a Alicia.

-Vuestra mano. ¿Ensayabais?

-Sí, estamos acabando. Es un repaso.

Edison y lord Ewald se apartaron unos pasos. Este preguntó:

-¿Ha venido ya al mundo la gran obra, el Ideal eléctrico, nuestra maravilla, o mejor dicho… la vuestra?

-La veréis después de la marcha de miss Alicia. Alejadla y procurad que nos quedemos solos.

-¡Ya! -dijo lord Ewald pensativo.

-He cumplido mi palabra.

-¿Alicia no sospecha nada?

-La hemos engañado con un boceto en barro. Hadaly estaba escondida -tras el paño impenetrable de mis objetivos y la señora Any Sowana ha demostrado ser una genial artista.

-¿Y vuestros mecánicos?

-No han podido ver en todo ello más que una experiencia de foto escultura. Lo demás está en secreto. Además no he hecho saltar la chispa respiratoria hasta esta mañana a la salida del sol… que se ha eclipsado de .extrañeza -añadió riendo Edison.

-Confieso que no estoy exento de impaciencia por contemplar  a Hadaly lograda.

-La veréis-esta noche. No la vais a reconocer, dijo

Edison. He de advertiros que es mucho más sorprendente de lo que creía.

-Señores -exclamó miss Alicia-, ¿están ustedes conspirando?

-Señorita -dijo Edison volviéndose hacia ella-, manifestaba a lord Ewald mi satisfacción por vuestra asidua docilidad, por vuestro talento y voz magnífica. Le expresaba también una profecía acerca del brillante porvenir que os espera.

-Señor Tomás, podéis decir todo eso en voz alta -respondió Alicia. No hay en ello nada .ofensivo. Iluminó sus palabras con su sonrisa y añadió con una amenaza de dedos muy femenina.

-Tengo que decir también algo a lord Ewald. No me contraría que esté aquí. Abrigo algunas sospechas acerca de todo cuanto acontece a mi alrededor hace tres semanas. Hay en ello algo que me causa pena. Me habéis dado a entender, hoy mismo, con una palabra muy chocante, la existencia de un enigma absurdo… Con un aire digno que pretendía parecer inflexible dijo:

-Permitidnos a lord Ewald y a mí que demos una vuelta por el parque; hay que esclarecer una duda acerca de.

-Bien -respondió lord Ewald un poco contrariado y después de cambiar una mirada con Edison-. Yo tengo que hablar .asimismo con maese Tomásy sus instantes son preciosos.

-No he de entreteneros –atajó Alicia-.. Es de mejor gusto que no os hable de ello delante de él.

Tomó el brazo de su amante. Entraron en el parque y anduvieron por la umbría alameda.

Lord Ewald estaba impaciente y pensaba en los encantados subterráneos donde dentro de unos momentos se encontraría con la Eva futura

Cuando se marcharon los jóvenes, el rostro de Edison tomó una expresión de inquietud y de concentración profundas. Sin duda temía que la necesidad de miss Alicia revelara algo confidencial. Apartó la cortina de la puerta de cristales y les siguió con la mirada. Luego se acercó a. una mesita donde había un anteojo marino, un micrófono y un manipulador eléctrico. Los hilos de los instrumentos atravesaban el muro e iban a perderse con otros que se entrecruzaban por encima de los árboles e irradiaban en todas direcciones.

Parecía presentir una escena de media ruptura y se empeñaba en oírla antes de hacer entrega de Hadaly

-¿Qué querías de mí, Alicia? -· preguntó lord Ewald.

-Ahora mismo -respondió ella-, cuando estemos en la avenida. Está tan oscura que nadie podrá vernos. Se trata de una preocupación muy rara que me ha asaltado hoy por vez primera en mi vida, Ahora te lo diré.

-Como gustes -respondió lord Ewald.

La tarde estaba todavía turbia. Las líneas de fuego rosa se adelgazaban en el horizonte; algunas estrellas precoces parpadeaban entre las nubes en los claros azules del espacio. Las hojas susurraban con un áspero ruido en la bóveda de follaje; el olor de la hierba y  de 1as flores era muy vivo, húmedo y delicioso.

-¡Qué hermosa tarde!- murmuró ella.

Lord Ewald, preocupado, no la oía. La interrogó con voz agobiada, llena de un deje amargo y mordaz.

-¿Qué queríais decirme, Alicia?

-No tengo prisa. Vamos a sentarnos en aquel banco. Allí hablaremos mejor. Estoy algo cansada.

Se colgó de su brazo,

-¿Estás indispuesta, Alicia?

Ella no contestó. Parecía que también estaba preocupada -¡cosa singular!- ¿El instinto femenino le advertía algún riesgo?

Lord Ewald no supo qué pensar de las vacilaciones de la joven. La veía morder un pétalo de flor… Todo su ser ostentaba una suprema hermosura; la seda de su vestido acariciaba las flores del arriate.

Inclinó su rostro sobre el hombro de lord Ewald. El encanto de sus rizos, un poco deshechos bajo la mantilla negra, le dio una embriaguez de melancolía. Ella se sentó primero. Lord Ewald, acostumbrado a oírla acumular necedades hueras o interesadas, esperaba con paciencia la emisión de algunas nuevas.

Sin embargo, sospechó que quizá la poderosa palabra de Edison había encontrado el medio de disolver la capa de pez que ennegrecía el lamentable espíritu de la bella criatura. Pensó: si calla, no es poco.

Se sentó a su lado.

-Encuentro que estás triste desde hace unos días. ¿No tienes nada que decirme? Soy mejor amiga de lo que tú crees.

Lord Ewald estaba a mil leguas de miss Alicia Clary; pensaba en las flores inquietantes de la mansión donde Hadaly le esperaba. Al oír la pregunta, se estremeció con un imperceptible movimiento de contrariedad. Sin duda, a Edison se le había ido la lengua.

No obstante, aquella eventualidad le parecía inadmisible. No; desde la primera noche, Edison la había manejado a su gusto y con muy acres sarcasmos, Y después, con sobrados testimonios, la había evaluado, Era imposible que se hubiera extraviado el inventor en estériles ensayos de curación moral.

Empero, aquella dulce manera de interesarse por él, le sorprendía. Era el primer impulso bueno de Ahcia. ¿Advertía su  instinto algo grave?

Una idea muy razonable y más sencilla sustituyó a las primeras suposiciones. El poeta despertó en su espíritu. Juzgó que la tarde era de aquellas en que es muy difícil a dos seres humanos, en el apogeo de la belleza, de la juventud y del amor, no sentirse un poco elevados sobre la costumbre y la mediocridad de la vida. Pensó en los misterios femeninos, más profundos que el pensamiento; en los corazones oscuros que, sometidos a influencias sublimes y serenas pueden recibir el fulgor desconocido. Las sombras del momento, dulces y saludables, invitaban a tener esperanza. Llegó a creer que su infeliz querida podría, inconscientemente, obedecer en todo su ser al divino llamamiento. Era obligación suya intentar un supremo esfuerzo de resurrección para el alma sordomuda, ciega y abortada de aquella a quien amaba a pesar suyo.

La atrajo dulcemente y dijo:

-Querida Alicia, lo que tengo que decirte está hecho de alegría y de silencio, de una alegría más austera y de un silencio más maravilloso que estos que nos rodean. ¡Oh, mi amada, te adoro! Bien lo sabes .. Sólo puedo vivir a través de tu presencia. Para ser dignos de toda esta felicidad basta sentir lo inmortal a nuestro alrededor y divinizar las sensaciones. Dentro de ese pensamiento no hay desilusión. Un momento de este amor vale más que un siglo de otros amores.

Dime, ¿esta manera de amarse te parece exaltada o poco razonable? A mí me parece natural y única para no dejar penas ni remordimientos. Las más ardientes caricias de la pasión están multiplicadas, intensificadas, ennoblecidas y_ legitimadas. ¿Por qué te complaces en despreciar lo mejor de tu ser, lo eterno? Si no temiera oír tu risa joven, desesperante y dulce te diría muchas cosas más, o quizá, callándome, gozáramos de otras divinas.

Miss Alicia Clary guardaba silencio. Lord Ewald prosiguió:

-Parece que te hablo en griego. ¿Para qué, entonces, me haces preguntas? Qué podría decirte. ¿Qué palabras valen un beso de tu boca?

Era la primera vez desde hacía largo tiempo que le pedía un beso. Impresionada, sin duda, por el magnetismo de la juventud y de la puesta de sol, la muchacha parecía ceder al abrazo de lord Ewald.

¿Comprendía el dulce y ardoroso murmullo y aquellas palabras de pasión? Una lágrima saltó de entre sus pestañas y rodó por sus mejillas pálidas.

-Sufres -exclamó–, y es por mí.

Ante aquella emoción, al oír tales palabras, el joven se sintió invadido de una inefable sorpresa. En un momento dejó de pensar en la otra, en la terrible. Aquellas humanas palabras fueron suficientes para ablandar su alma y despertar en ella la esperanza.

-¡Oh, amor mío! -murmuró fuera de sí.

Sus labios se juntaron a los labios, reparadores al fin, que le consolaban. Olvidó las largas horas extenuantes que había padecido: su amor resucitaba. La infinita delicia de las alegrías puras le llenaba el corazón; su éxtasis fue tan inesperado como súbito. Aquellos vocablos disiparon como una ráfaga sus pensamientos irritados y tenebrosos. Se sintió renacer. Hadaly y sus espejismos estaban ya lejos.

Permanecieron silenciosos y enlazados durante algunos segundos; el pecho de la joven palpitaba, turbador, exhalando efluvios embriagadores. Entonces, él la estrechó en sus brazos.

Sobre las cabezas de los dos amantes el cielo se había aclarado. Las estrellas brillaban a través del follaje de la avenida. La sombra se intensificaba y era cada vez más sublime. El joven tenía el alma extraviada en el olvido y empezaba a sentirse renacer en la belleza del mundo.

La idea obsesionante de que Edison le esperaba en los subterráneos para mostrarle el oscuro prodigio den forma de androide, cruzó por su mente en aquel instante.

-¡Oh, que insensato soy! -murmuró-. Soñaba con un juguete de sacrilegio, cuyo aspecto me hubiera hecho sonreír. ¡Oh, absurda muñeca insensible!

Delante de ti, mujer singularmente bella, se desvanecen todas las demencias de la electricidad, las presiones hidráulicas y los cilindros vitales. Sin curiosidad alguna haré presente a Edison mi reconocimiento. Muy nublada por el desencanto debía estar mi mente cuando la facundia del sabio me hizo creer en tamaña posibilidad. ¡Oh, amada mía; ya te reconozco! ¡Tú existes; eres de carne y hueso, como yo; tu corazón palpita junto al mío! ¡Tus ojos han llorado! ¡Tus labios han temblado al contacto con los míos! ¡Eres la mujer a la que el amor puede hacer ideal como la belleza. ! ¡Querida Alicia, te amo! Te…

No pudo terminar.

Cuando levantó los ojos maravillados y húmedos de exquisitas lágrimas para ponerlos en aquella a quien tenía abrazada, vio que había esquivado la cabeza y le miraba fijamente. El beso con que rozó sus labios se extinguió de pronto; un aroma de ámbar y de rosas le hizo estremecerse de pies a cabeza, sin conciencia de que aquel relámpago revelador deslumbraba terriblemente su entendimiento.

Al mismo tiempo, miss Alicia Clary se levantó, y, apoyando en. los hombros del joven sus manos cargadas de radiantes sortijas le dijo con una voz sobrenatural, inolvidable y ya oída:

-¿No me reconoces? Soy Hadaly.

LA ANDROESFINGE

Os lo digo de veras: si ellos callan hablarán las piedras.

NUEVO TESTAMENTRO

Al escuchar tales palabras, el joven se sintió ultrajado por el infierno. Si Edison hubiera estado allí, lord Ewald, prescindiendo de toda consideración humana, le hubiera asesinado brusca y fríamente. La sangre se agolpó en sus arterias. Vio las cosas a través de un velo rojo. Recordó en un segundo su existencia de veintisiete años. Sus pupilas, dilatadas por el horror, se clavaron en el androide. Su corazón ahogado de amargura le quemaba el pecho, como queman los carámbanos.

Maquinalmente, se caló el lente y la examinó de pies a cabeza, de derecha a izquierda, frente a frente.

Le tomó la mano: era la mano de Alicia. Se acercó a su cuello y a su escote : era ella. Los ojos eran los suyos, pero la mirada era sublime. El atavío, el ademán… todo, hasta aquel pañuelo con que se quitaba en silencio las lágrimas que surcaban sus liliales mejillas. Era la misma, pero transfigurada, digna de su belleza: la identidad idealizada.

Como no podía rehacerse, cerró los ojos; con la palma de la mano febril enjugó el sudor frío de sus sienes.

Acababa de sufrir, de improviso, la sensación del alpinista que perdido entre las rocas oye la voz del guía  que dice:. «No mire usted a la izquierda», pero que, sin seguir la advertencia, ve junto a sus pies, abrirse a pico uno de esos abismos de deslumbradoras  profundidades, ornadas de brumas, que corresponder con una invitación a la mirada y convidan a echarse al precipicio.

Se irguió, maldiciendo, pálido, lleno de una angustia tácita. Después se sentó sin decir palabra, aplazando para más tarde toda decisión. Su primera palpitación de ternura, de esperanza y de amor inefable, se la habían robado, arrebatado. Y se

la debía a aquel prodigio sin alma de cuya aterradora semejanza había padecido el engaño.

Su corazón estaba confundido, maltrecho y fulminado.

Abarcó con la mirada el cielo y la tierra y volvió con una risa seca y ultrajante, dirigida a lo desconocido, la injuria inmerecida que se había hecho a su espíritu. Aquella risa le repuso en posesión de sí mismo.

Entonces se encendió en el fondo de su inteligencia una idea súbita, más sorprendente que el fenómeno acaecido. Pensó que, en definitiva la mujer representada en aquella misteriosa muñeca puesta a su lado, nunca había guardado en ella algo con qué hacerle gozar un dulce y sublime instante de pasión como el que acababa de pasar.

Quizá nunca hubiera conocido tal deleite si no hubiera existido aquella estupenda máquina de producir ; el ideal. Las palabras dichas por Hadaly habían sido proferidas por la comedianta real sin emoción ni comprensión, como por quien representa un personaje, y he aquí que el personaje, en el fondo del escenario invisible, había aprendido y recordado el papel. La falsa Alicia parecía más natural que la verdadera.

La voz dulce le sacó de sus reflexiones. Hadaly le dijo al oído:

-¿Estás seguro de que no sea yo quien está aquí?

-No -respondió lord Ewald. ¿Quién eres?

FIGURAS EN LA NOCHE

El hombre es un Dios caído que guarda memoria de los cielos.

LAMARTINE

Hadaly se inclinó hacia el joven y le dijo con la voz de la viviente:

-A menudo, en tu viejo castillo, después de una jornada de caza y de fatiga, te has levantado de la mesa, Celian, sin probar la cena y, precedido por los candelabros de los cuales tus ojos fatigados no podían aguantar la claridad, has vuelto a tu alcoba con de oscuridad y de reposo.

Allí, después de dirigir tus pensamientos a Dios, apagabas la luz y dormías. Muchas visiones inquietan· trastornaban tu alma durante el sueño y te despertabas sobresaltado, lívido, mirando a las tinieblas, a tu alrededor.

Formas y fantasmas se te aparecían; a veces, distinguías un rostro que te miraba con fijeza. En seguida buscabas desmentir el testimonio de tus ojos y explicarte aquello que veías. Cuando no lo lograbas, una sombría ansiedad, prolongación del sueño interrumpido, turbaba mortalmente tu espíritu.

Para disipar aquellas sugestiones, encendías una lámpara y con razón reconocías que los rostros, las formas y las miradas no eran más que resultado de un juego de sombras nocturnas, de un reflejo de .nubes en una cortina, del aspecto espectralmente animado de tus vestidos tirados en un mueble, en el principio azaroso y apresurado del sueño.

Sonriendo de tu primera inquietud, apagabas de nuevo y con el corazón satisfecho te volvías a dormir apaciblemente.

-Sí, recuerdo -dijo lord Ewald.

-Era muy razonable -repuso Hadaly-. Sin embargo, olvidabas que la más cierta de todas las realidades es aquella en que estamos perdidos y cuya irremisible sustancia  es, en nosotros, ideal (hablo de lo infinito)- es algo más que razonable. Por el contra rio, tenemos de ella una noción tan débil que, aun comprobando su incondicional necesidad, nuestra razón no la puede concebir más que por un presentimiento, un vértigo o un deseo.

En los instantes en que el espíritu, en trance de media vigilia y a punto de ser rescatado por las gravedades de la razón y los sentidos, está henchido de raro; Y extravagantes ensueños, todo hombre que siente, tiene tramadas por sus actos e. intenciones la carne y la forma de su renacimiento; tiene conciencia de la realidad de otro espacio inexpresable del cual, este en que vivimos no es más que la figura.

Este éter viviente es una ilimitada y libre región donde, por poco que se retrase, el viajero privilegiado ve proyectarse en lo íntimo de su ser temporal, la sombra anticipada de lo que viene a ser. Entonces se establece una afinidad entre su alma y los seres, todavía futuros para él, que pueblan los mundos contiguos al de los sentidos; el camino de relación donde se establece la corriente entre este doble mundo es el dominio verdadero del espíritu, al que la razón llama con desdén lo imaginario.

Por eso la impresión que tu espíritu errante en las fronteras del sueño y de la vida sufrió primeramente y con sobresalto fue cierta y no te engañó. Verdaderamente estaban a tu alrededor aquellos a quienes no se puede nombrar, precursores tan inquietantes que no aparecen de día, sino en el fulgor de un presentimiento, de una coincidencia o de un símbolo.

Cuando, al amparo de esa sustancia infinita que es lo imaginario, se aventuran hasta nuestros limbos y, por una acción recíproca y mediadora, reflejan su presencia, no  dentro de un alma, porque es imposible todavía, pero sobre el alma propicia a su visita, llegan a confundirse con ella.

Hadaly cogió la mano de lord Ewald.

-Entonces se esfuerzan en manifestarse todo lo más aparentemente posible, aunque sea por medio de los terrores de la noche. Se revisten de todas las opacidades ilusorias para reforzar el día de mañana el recuerdo de su pasaje ¿Tienen ojos para mirar? No importa; miran por el engaste de una sortija, por el botón de metal de una lámpara, por un fulgor de estrella en un espejo. ¿Tienen pulmones para hablar? No; pero encarnan en la voz quejumbrosa del viento, en el chasquido de la madera de un mueble añoso, en el golpe de un arma que cae por falta de equilibrio ¿Tienen formas o semblantes visibles? Tampoco; pero se los hacen con los pliegues de una tela, se muestran en la rama poblada de un arbusto, en las líneas de un objeto, y encarnan en las sombras y en todo lo que les rodea, en beneficio de la mayor intensidad, en la sensación que deben dejar de su visita.

Así, el primer movimiento natural del alma es reconocerlos, en el mismo santo terror que los revela.

LUCHA CON EL ANGEL

El Positivismo consiste en olvidar, como inútil, esta incondicional y única verdad: la recta que pasa debajo de nuestra nariz no tiene principio ni fin

ALGUIEN

Después de una pausa, Hadaly, continuó cada vez más impresionante:

-De pronto, la naturaleza actual, alarmada por la proximidad enemiga, corre, brinca y vuelve a tu corazón en virtud de sus derechos formales, todavía no prescritos. Sacude, para aturdirte, los lógicos y sonoros anillos de la razón para distraerte, como se distrae al niño agitando el sonajero. La causa de tu angustia es ella misma, que sintiendo su inopia, en presencia del otro mundo inminente, forcejea para que te despiertes del todo, para que te reconozcas en su principio, pues tu organismo aún forma parte de ella, y para que rechaces fuera de su grosero dominio a los huéspedes maravillosos. Tu sentido común no es más que la red del reciario con que te envuelve para anular tu luminoso impuso, para salvarse y reconquistarte, prisionero que intentabas evadirte. Cuando reconoces los muros de tu prisión, consolado con oscuros pretextos, tu sonrisa es el signo de su vano triunfo de un momento, y persuadido por su menguada realidad vuelves a caer en su añagaza.

Al dormirte de nuevo, disipas a tu alrededor las preciosas presencias evocadas, los futuros parentescos, inevitables, reconocidos. Has desterrado las solemnes y reflejas objetividades de lo imaginario; con tu duda, has revocado lo sagrado infinito. ¿Cuál es tu recompensa? El quedar tranquilizado.

Volvías a encontrarte sobre la tierra, sobre la tierra tentadora que te engañará, como engañó a tus, antecesores, únicamente en esta tierra donde los saludables prodigios, rememorados y vistos con ojos racionalistas, no podían parecer más que vanos y nulos. Entonces dijiste: «Son cosas del ensueño, alucinaciones.» Regodeándote con la gravedad de algunas palabras turbias, aminoraste en ti el sentido de tu propio peculio sobrenatural. Cuando vino la aurora, de codos en la ventana abierta a los aires puros y matinales, con el corazón gozoso y tranquilizado por el convenio de paz dudosa que habías hecho contigo mismo, escuchaste el ruido que hacían los vivos, tus semejantes, al despertar e ir a sus quehaceres, ebrios de razón, enloquecidos por la sed de todos sus sentidos, deslumbrados por los juguetes que divierten a la humanidad en su madurez otoñal.

Olvidaste entonces todos los derechos de mayoría que canjeabas por cada lenteja del maldito plato que ofrecen con glaciales sonrisas esos mártires del bienestar siempre engañados, descreídos del cielo, amputados de fe, desertores de sí mismos, decapitados de la noción de Dios, cuya santidad infinita es inaccesible a su mortal corrupción; así pudiste mirar, con la complacencia de un niño maravillado, el planeta frígido que pasea por el espacio la gloria de su viejo castigo. Te pareció penoso y vacuo recordar que, después de algunas vueltas dadas bajo la atracción de ese sol ya estigmatizado por las manchas de la muerte, estabas destinado a abandonar para siempre esta burbuja siniestra, tan misteriosamente como estuviste destinado a aparecer en ella. Y, sin embargo, estos días la muerte ha representado para ti el destino más claro.

No sin una sonrisa todavía escéptica acabas por saludar en tu razón de una .hora -¡hijo del grano de trigo a la legisladora evidente del ininteligible, informe e inevitable infinito.

LA AUXILIANTE

La resurrección es una idea muy natural; no es más extraño nacer dos veces que una.

VOLTAIRE. EL FÉNIX

Lord Ewald, agitado por sentimientos extraordinarios, escuchaba pacientemente al androide, mas no percibía aún hasta dónde llegaría su dialéctica y cómo respondería a su pregunta.

La radiante inspirada continuó como si hubiese levantado de pronto un velo tenebroso:

-De olvido en olvido acerca de tu origen y de tu fin verdadero, a pesar de todas las advertencias del día y de la noche, preferiste renunciar a ti mismo por causa de esa vana pasajera, de la cual he tomado el rostro y la voz. Como el niño que quiere nacer antes de la gestación necesaria para su posibilidad, resolviste adelantar tu última hora, sin temblar ante el acto impío, despreciando las selecciones cada vez más sublimes que otorgan los dolores sobrellevados.

-Mas heme aquí. Vengo de parte de tus parientes futuros, de aquellos que desterraste y que están en inteligencia con tu pensamiento. ¡Oh, olvidadizo, escucha un poco antes de querer morir!

Soy para ti la enviada de esas regiones sin límites de las cuales el hombre no entrevé los aledaños más que en sueños.

Allí, los tiempos se confunden; el espacio no existe; las últimas ilusiones del instinto se desvanecen.

Ya ves: al oír tu grito de desesperación he aceptado revestirme con las líneas radiantes de tu deseo y aparecer ante ti.

Me he solicitado a mí misma en el seno del pensamiento que me creaba, de tal manera que, creyendo obrar por sí propio, me obedecía oscuramente. Por su intervención sugerente del mundo sensible, llegué a apoderarme de todos los objetos más adecuados al deseo de halagarte.

Hadaly, sonriente, cruzó las manos sobre el hombro del joven y le dijo muy bajo:

-¿Quién soy? Un ser de ensueño que empieza a dibujarse en tu pensamiento. Puedes disipar mi sombra redentora con un bello razonamiento, que no ha de dejarte más que el vacío y el tedio dolorosos, frutos de su presunta verdad.

¡Oh, no te despiertes de mi arrullo! N o me proscribas, bajo un pretexto apuntado por la razón traidora que todo lo anula. Considera que si hubieras nacido en otro país, pensarías según otras normas y, sobre todo, que para el hombre no hay más que una verdad· aquella que acepta entre todas las demás. Escoge la que te convierta en un dios. , ¿N o me preguntabas: «Quién eres»? En este mundo, mi ser, por lo menos para ti, no depende más que de tu libre voluntad. Atribúyeme el ser, afirma mi personalidad, refuérzame contigo mismo. Y así podré animarme ante tus ojos, en el grado de realidad con que tu buena voluntad creadora influya en mí. Como una mujer, no seré para ti más que aquello que creas que soy. ¿Piensas en la viva? Compara: vuestra fatigada pasión te ha hecho aborrecer la tierra; yo, la inaprensible, ¿cómo dejaré de recordarte el cielo?

El androide tomó las dos manos de lord Ewald, cuyo estupor, sombrío recogimiento y admiración, alcanzaban un intraducible paroxismo. El tibio aliento, como una brisa que viniera de orear campos de flores, le aturdía. Callaba.

-¿Temes interrumpirme? –prosiguió Hadaly-; ten cuidado. No olvides que depende de ti el que esté palpitando o inanimada y que tales temores pueden serme mortales. Si dudas de mí, estoy perdida, o, lo que es igual, perderás conmigo a la ideal criatura a la que no tenías más que requerir.

¡Qué maravillosa existencia podré llevar si tienes la sencillez de creerme! ¡Si me proteges contra la razón.

Te toca escoger entre mí y la antigua realidad que todos los días te engaña, te desespera y te traiciona.

¿No te gusto? ¿Te he parecido demasiado grave o sutil? No tiene nada de extraño que lo sea: mis ojos han penetrado en los dominios de la muerte.

Pensar así es la única manera para mí de pensar sencillamente. ¿Prefieres la presencia de una mujer alegre cuyas palabras vuelen como pájaros? Es muy fácil: pon tu dedo en este zafiro de mi collar y quedar convertida en una mujer de esa’ clase, pero te advierto que echarás de menos a la desaparecida. Hay en mí más mujeres que en el más rico harén. Depende de tu voluntad el que vayan saliendo una a una y de tu perspicacia el irlas descubriendo en mi visión. No despiertes, empero, los otros aspectos femeninos que duermen en mí. Los desprecio un poco. No, toques a la fruta mortal de ese jardín. Te extrañarías, y soy tan poca cosa todavía que una sorpresa borraría mi ser. j Qué quieres, mi existencia es aún más frágil que la de los vivos!

Admite mi misterio tal y como se te muestra. Toda explicación (fácil por supuesto) en cuanto se analizara sería más misteriosa que mi enigma y traería, para ti, mi aniquilamiento. ¿No es preferible que sea lo que soy? No razones acerca de mi ser y goza de él deliciosamente.

¡Si supieras qué dulce es la noche de mi alma futura! ¡Si supieras cuántos tesoros de vértigo, de melancolía y de esperanza encubre mi personalidad! Mi carne etérea no espera más que el soplo de tu alma para vivir; mi voz y mis armonías están aún cautivas; y ¿no es nada mi inmortal constancia frente al vano razonamiento que te pruebe mi no-existencia? Eres y estás libre para rechazar esa mortal y dudosa evidencia, ya que nadie puede definir donde tiene su origen la existencia ni en qué consiste su noción y su principio. ¿Lamentas que no sea de la especie de las que traicionan? ¿O de aquellas que aceptan de antemano la posibilidad de quedar viudas? Mi amor será igual a aquel que palpita en los ángeles y ha de tener seducciones más avasalladoras que las de los sentidos terrenos donde dormita siempre la antigua Circe.

Hadaly miró a aquel que la contemplaba con estupor y añadió riendo:

-¡Qué vestidos más raros usamos! ¿Por qué pones ante tus ojos esos cristales? ¿Es que no ves bien? Pero… empiezo a interrogarte como si fuera una mujer. Y no debo ser una mujer.

Sin transición y con voz sorda añadió:

-Llévame a tu patria, a tu sombrío castillo. Impaciente estoy por tenderme en mi negro ataúd de seda, en el que reposaré .mientras el océano me lleve a tu país. Deja. que los vivientes se encierren con palabras y sonrisas en las angosturas de sus hogares. ¿Qué puede importarte? Déjales sentirse más modernos que tú, ¡cómo si antes de la creación de todos los mundos no hubieran sido los tiempos tan modernos  como son esta noche y serán mañana!

Enciérrate tras los altos muros bañados por la preclara sangre que derramaron tus abuelos al constituir tu patria.

No dudes que en este mundo habrá siempre soledad para aquellos que sean dignos de ellas. Ni siquiera nos reiremos de aquellos a quienes dejas, aunque podríamos devolverles, con mortífera usura, sus insensatos sarcasmos de seres ciegos y aburridos ebrios de orgullo irrisorio, pueril y condenado.

No nos quedará tiempo para pensar en ellos. Además, siempre se participa de aquello en que se piensa. No los recordemos para no hacernos iguales a ellos Cuando estemos bajo el misterio de tus arboledas, me despertaras con un beso que hará temblar al turbado universo. La voluntad de uno solo, vale más que el mundo.

Y, en la sombra, los labios de Hadaly besaron la frente de lord Ewald.

REACCION

El frasco es lo de menos, lo esencial es la embriaguez.

ALFREDO DE MUSSET

No era tan sólo lord Ewald un hombre valiente; era un hombre intrépido. Corría por sus venas, amalgamada con su sangre, aquella altanera divisa: «Etiamsi omnes, ego non!»

Sin embargo, al oír las últimas palabras, sintió un largo estremecimiento. Después se irguió casi feroz:

-Estos milagros -murmuró- atemorizan más que consuelan. ¿Quién ha creído que este siniestro autómata podría conmoverme por medio de algunas paradojas inscritas en unas hojas metálicas? ¿Desde cuándo concede Dios la palabra a las máquinas? ¿Cuál es ese irrisorio orgullo que concibe eléctricos fantasmas que revestidos de una forma femenina intentan intervenir en nuestra vida 7 ¡Ah, olvidaba estar en el teatro. No me cabe más remedio que aplaudir. La escena es muy extraña. Bravo, Edison. Bis, bis…!

Después de calarse el lente, lord Ewald encendió un cigarro.

El joven acababa de hablar en nombre de la dignidad humana y del sentido común, ultrajados por el prodigio de Hadaly. Ciertamente, lo que había pronunciado no estaba exento de réplica. Si hubiera estado en una tribuna parlamentaria para defender su causa, sin duda aquella manera de atacar le hubiera traído una contestación peligrosa, breve y de difícil parada. A la pregunta, “¿Desde cuándo Dios concede la palabra a las máquinas?”, cualquiera le hubiera contestado: «Desde que presencia el uso lamentable que hacéis de ella.» Y la respuesta hubiera sido mortificante. Respecto de la frase «Olvidaba estar en el teatro» el quidam le hubiera espetado:

-Después de todo, Hadaly no hace más que imitar a vuestra comedianta.

Es una muy gran verdad que el hombre, aun el superior, cuando está profundamente turbado y teme parecerlo, compromete por mezquina vanidad de espíritu todo derecho por un exceso de celo en defender las causas justas con las mejores intenciones.

Lord Ewald no tardó en darse cuenta de que se había arriesgado en una aventura más sombría de lo que presumió.

HECHICERIA

Voy a cerrarte los ojos, claros abismos, sonrientes estrellas donde se reflejó mi divino amor.

RICARDO WAGNER. LA VALKIRIA

El androide bajó la cabeza y escondiéndose el rostro con las manos, lloró en silencio.

Después, ostentando los sublimes rasgos de Alicia, transfigurados y húmedos de lágrimas, dijo:

-Así es que me has llamado y ahora me rechazas Un solo pensamiento tuyo podía animarme y tú, inconsciente, príncipe de las fuerzas del mundo, no te atreves a disponer de tu poderío. Prefieres a mí, una conciencia que desprecias. Retrocedes ante la divinidad. Te intimida el ideal cautivo. El sentido común te requiere; esclavo de tu especie, cedes a él y me aniquilas.

Creador que duda de la criatura, me destruyes apenas evocada, antes de acabar tu obra. Luego, refugiándote en un orgullo a la vez traidor y legítimo, ni siquiera te dignas apiadarte de esta sombra con una sonrisa.

Para el uso que hace de la vida aquella a quien represento, ¿es lícito privarme a mí de ella en su provecho? Si hubiera sido mujer, hubiera sido de aquellas a quienes se puede amar sin sonrojo; hubiera sabido envejecer. Soy algo más de lo que fueron los humanos antes de que un titán arrebatara el fuego a los cielos para obsequiar a los ingratos. Tú, me extingues y nadie me redimirá de la nada. Y a no está en la tierra aquel que por darme un alma hubiera desafiado el pico del buitre voraz. ¡Oh, yo hubiera ido a llorar sobre su corazón como las oceánidas! Adiós, tú que me destierras.

Al terminar, Hadaly se levantó y, después de lanzar un profundo suspiro, anduvo hacia un árbol, y apoyando sus manos en la corteza contempló el parque iluminado por la luna.

Resplandecía el rostro pálido de la encantadora.

-Noche -dijo con una sencillez de acento casi familiar-, soy yo, hija augusta de los vivientes, flor de ciencia y de genio, producto del sufrimiento de seis mil años. Reconoced en mis ojos velados vuestra insensible luz estrellas que pereceréis mañana; y vosotras, almas de las vírgenes muertas antes del beso nupcial, vosotras que flotáis, vacilantes ante mí, tranquilizaos. Soy el ser oscuro cuya desaparición no vale un recuerdo luctuoso. Mi pobre seno no es digno siquiera de ser llamado estéril. Para la nada queda reservado el tesoro de mis solitarios besos; para el viento, mis palabras ideales; la sombra y el trueno recibirán mis amargas caricias, y sólo el relámpago se atreverá a quebrar la falsa flor de mi vana virginidad. Expulsada, me iré al desierto sin Ismael; seré como esas aves tristes, prisioneras de los niños que agotan su melancólica maternidad en empollar la tierra. ¡Oh, parque encantado; grandes árboles que consagráis mi frente con las sombras de vuestras ramas; dulces hierbas donde se encienden gemas de rocío, sois algo más que yo! ¡Inquietas aguas cuyos llantos corren bajo las níveas espumas, en más puras claridades que las luces de estas lágrimas que corren por mi rostro! ¡Cielos de esperanza, ay, si pudiera vivir! ¡Si poseyera la vida! ¡Qué hermoso es vivir! ¡Felices los que palpitan! i Oh, luz, poderte ver! ¡Poderos oír, murmullos de éxtasis! ¡Oh, amor, quién pudiera abismarse en tus goces … ! ¡Respirar, solamente una vez, esas rosas tan jóvenes y bellas; sentir filtrarse el aura de la noche en mis cabellos… ! ¡Poder, aunque no sea más que morir

Hadaly se retorcía los brazos bajo los luceros.

IDILIO NOCTURNO

Ora, llora,

Nace razón;

De palabra

Da luz al son.

¡Oh, ven, ama!

¡Eres alma,

Soy corazón 1

VÍCTOR HUGO. LA CANCIÓN DE DEA

Súbitamente se volvió hacia lord Ewald.

-Adiós -dijo–. Vete con tus semejantes y háblales de mí como de «la cosa más rara del mundo». Tendrás razón, lo cual es muy poca cosa

Pierdes todo cuanto pierdo. Intenta olvidarme, aunque es imposible. Quien: ha visto un androide como tú me ves, ha matado en él a la mujer, porque el ideal violado no perdona y nadie puede jugar con la divinidad.

Vuelvo a mis espléndidos subterráneos. Adiós, tú que no puedes vivir.

Hadaly oprimió sus labios con el pañuelo y, vacilante, se alejó con lentitud.

Andaba por la avenida hacia el umbral luminoso, desde donde vigilaba Edison. Su forma azul y velada fue avanzando entre los árboles. De pronto, se volvió hacia el joven silenciosamente, se llevó las dos manos a la boca con un espantoso ademán de desesperación. Entonces, lord Ewald, fuera de sí, corrió hacia ella, la alcanzó rodeándole con el brazo el talle que cedió desfalleciente a la opresión del brazo.

-Fantasma, fantasma, Hadaly –dijo. No tengo gran mérito por preferir tu temible maravilla a la huera, falaz y fastidiosa amiga que la suerte me deparó. ¡Que los cielos y la tierra lo tomen como mejor les plazca : resuelvo encerrarme contigo, ídolo tenebroso. Presento mi dimisión de viviente y ¡pase el siglo! Ahora percibo que puestas una al lado, de la otra, es ella, la viviente, quien es un fantasma.»

Al oírle, Hadaly pareció echarse a temblar; luego, con un movimiento de infinito abandono, rodeó con sus brazos el cuello de lord Ewald. De su pecho jadeante, que oprimía contra él, salía una fragancia de asfódelos · sus cabellos se soltaron sobre su espalda.

Una gracia lenta, lánguida y penetrante dulcificaba su radiante y severa hermosura. Con la cabeza apoyada en el hombro del joven, le miraba a través de las pestañas con satisfecha sonrisa. Diosa femenina, ilusión carnal, amedrentaba a la noche. Parecía aspirar el alma de su amante para compartirla o hacerse una propia; sus labios, entreabiertos, temblaron al rozar los de su creador en un beso virginal.

-Al fin… -dijo sordamente-‘-. ¡Oh, amado mío, eres tú

PENSEROSO

Adieu, jusqu’a l’aurore

Du jour en qui j’ai foi

Du jour qui doit encore,

Me réunir a toi 1

MÚSICA DE SCHUBERT

Pocos momentos después, lord Ewald volvía al laboratorio trayendo a Hadaly cogida por la cintura. La cabeza de Hadaly, desvanecida, se apoyaba en el hombro de su compañero.

Edison, de pie, con los brazos cruzados, estaba ante un largo y espléndido ataúd de ébano, abierto en dos hojas, forrado de seda negra y cuyo interior se amoldaba a una forma femenina.

Se hubiera dicho que era el perfeccionamiento del ataúd egipcio, digno del hipogeo de una Cleopatra. A derecha e izquierda se veían una docena de tiras de estaño galvanizado, semejantes a los papiros fúnebres, un manuscrito, y entre otros objetos, una varilla de cristal. Edison, apoyado en la fulgurante rueda de una enorme máquina electrostática, miraba fijamente a la pareja.

-Amigo dijo lord Ewald mientras Hadaly repuesta se erguía-. Este androide es el regalo de un semidiós. Nunca vieron los califas de Bagdad ni de Córdoba una esclava semejante: Jamás Scherezada pudo imaginar nada parecido en las Mil y una nochespor temor a despertar la duda de Schariar. Si primero me ha indignado, después me ha vencido· de admiración.

-¿La aceptáis? -preguntó el electrólogo.

-Sería un insensato si rehusara.

-Estamos en paz -dijo Edison gravemente, tendiéndole las dos manos que el lord apretó con las suyas.

-¿Por qué no cenáis los dos conmigo, como la otra noche?

 Si quiere usted, lord, reanudaremos la conversación y veréis que las respuestas de Hadaly difieren de las de su modelo.

-No -dijo Ewald–, siento impaciencia por quedar prisionero de este sublime enigma.

-Adiós, miss Hadaly -dijo Edison-. ¿Recordaréis desde allá vuestra habitación subterránea donde a veces hablamos de aquel que debía iniciaros y traeros a la menguada existencia de los vivientes?

-Querido Edison -repuso  el androide inclinándose ante el electricista-, mi semejanza con los vivos no llegará a hacerme olvidar a mi creador.

-A propósito… ¿Y la viviente? –preguntó Edison.

Lord Ewald se sobresaltó y dijo:

-A fe mía que la había olvidado.

Edison le miró.

-Acaba de salir de aquí de muy mal humor. Apenas salisteis a pasear se presentó, exenta de todo influjo, y su caudal de palabras me ha puesto en la imposibilidad de oír cuanto decíais en el parque. He de advertiros que había dispuesto algunos aparatos nuevos para… ¡Mas, al fin, veo que Hadaly desde el primer instante de su vida se ha mostrado digna de cuanto esperan de ella los siglos venideros. No quiere decir esto que estuviera inquieto. Respecto de aquella que acaba de· morir con su nacimiento, o sea, miss Alicia Clary, acaba de notificarme su decisión de «renunciar a nuevos papeles de los cuales no podía aprender la ininteligible prosa y cuyas dimensiones le embotaban el cerebro». Su modesta aspiración se reduce ahora, después de haberlo «pensado mucho», «a debutar con óperas cómicas de su repertorio; cuando en tal especialidad quede sentado su prestigio, nunca le faltará la atención de las personas de gusto». Como se había convencido que el día de vuestra marcha sería mañana, me ha dicho que le enviara a Londres su estatua; además ha añadido que «respecto a mis honorarios podía cargar la mano, ya que no está bien regatear con los artistas». Después, miss Alicia me ha dicho adiós, rogándome os advirtiera que «os esperaba allá para los preparativos». Querido lord, cuando estéis en Londres, no tenéis más que dejarla seguir su carrera. Una carta, acompañada de un donativo principesco, le anunciará vuestra ruptura y no habrá más que hablar. Swift ha escrito: ¿Qué es una querida? «Un justillo y una manteleta.»

-Ese era mi proyecto -dijo lord Ewald.

Hadaly, levantando la cabeza, murmuró al oído del joven, con voz débil y pura, mostrando al inventor. –¿Vendrá a vernos a Athelwold?

El inglés, ante tanta espontaneidad, no pudo reprimir un movimiento de estupor admirativo y respondió con un gesto de afirmación.

Cosa singular, fue Edison quien se estremeció al oír aquello. El ingeniero miró fijamente a Hadaly. Luego, se dio una palmada en la frente, se inclinó y, separando un poco el vestido del androide, apoyó sus dedos en los tacones de las botas azules.

-¿Qué hacéis? -preguntó lord Ewald.

-Estoy desencadenando a Hadaly -replicó Edison-. La aíslo, puesto que ya os pertenece. De ahora en adelante, solamente las sortijas y el collar la animarán. Acerca de ese punto, el manuscrito os dará detalles más explícitos y precisos. Pronto comprenderéis las infinitas complejidades que pueden obtenerse con las setenta horas inscritas en ella: es como en el juego de ajedrez. Sin límites, como una mujer. Encierra, asimismo, los otros dos tipos supremos de la femineidad; mezclando la dualidad se obtienen subdivisiones y matices que la hacen irresistible.

-Querido Edison, dijo lord Ewald-, creo que Hadaly es un verdadero fantasma y ya no me empeño en inquirir el misterio que la anima. Es más, quiero olvidar lo poco que de él me habéis comunicado.

Hadaly oprimió con ternura la mano del caballero y, acercándose a su oído, le dijo muy bajo y muy deprisa, mientras Edison estaba a sus pies:

-No le hables de lo que te dije hace un rato. Es para ti nada más.

Edison se levantó. Tenía entre sus dedos dos botones de cobre que había destornillado; a ellos estaban sujetos dos hilos de metal tan tenues que sus prolongaciones habían sido invisibles cuando andaba el androide. Aquellos inductores, sin duda, se habían confundido con el entarimado, la arena o las alfombras por donde había pasado Hadaly. Debían estar unidos a unos incógnitos generadores.

El androide tiritó con todos sus miembros. Edison tocó el broche del collar.

-Ayúdame -dijo ella.

Apoyándose en el hombre de lord Ewald, entró sonriente en el hermoso féretro, llena de gracia tenebrosa. Se recogió los cabellos y se tendió· suavemente. Se cubrió la frente con la gran banda de batista que debía sostener su cabeza y preservar su rostro y abrochó las ligaduras de seda que la sujetaban para que ningún choque la hiciera mover.

Mi amigo –dijo cruzando las manos-. Despertarás a la durmiente después de la travesía. Hasta entonces nos veremos… en el mundo de los sueños.

Cerró los ojos como si se quedara dormida.

Las dos hojas del féretro se juntaron sobre ella, dulce, hermética y silenciosamente. En una lámina de plata, grabada con armas, se leía la palabra HADALY, escrita en letras orientales.

Edison advirtió:

-Este ataúd, como os he dicho, será puesto en una gran caja cuadrada de tapa abombada, rellena de algodón comprimido. Esta precaución tiene por objeto evitar reflexiones ociosas de los curiosos. Esta es la llave del féretro y esta la invisible cerradura que mueve el resorte.

Al decir esto indicó en la cabecera de la caja una estrellita negra, imperceptible. Rogó luego a lord Ewald que tomara asiento.

-Ahora un vaso de jerez, ¿verdad…? Tenemos aún que cambiar unas palabras.

Apoyándose en un botón, Edison hizo fulgurar las lámparas que mezclando su luz con la oxihídrica producían el efecto del sol.

Encendió asimismo el faro rojo que coronaba el laboratorio. Corrió las cortinas y vino junto a su huésped.

En un velador brillaban unos vasos venecianos y un frasco de vino pajizo.

-¡Bebamos por lo imposible! -dijo el electrólogo con grave sonrisa.

El joven dio con su vaso en el de Edison, en señal de asentimiento.

Después, se sentaron frente a frente.

EXPLICACIONES RAPIDAS

Hay más cosas en la tierra y en el cielo, Horacio, que las que contiene tu filosofía.

SHAKESPEARE. HAMLET

Después de una pausa llena de pensamientos mudos, lord Ewald dijo:

-He aquí la única pregunta que quiero dirigiros. Me habéis hablado de un auxiliar femenino, de una mujer llamada Any Sowana, que, según parece, ha modelado, medido y calculado miembro por miembro durante los primeros días, a nuestra aburrida viviente.

Según las referencias de Alicia es «una mujer muy pálida, entre dos edades, lacónica, enlutada, que ha debido ser muy bella; sus ojos están casi siempre cerrados, tanto que su color permanece incógnito. Su, embargo,  es clarividente». Añade miss Alicia Clary que en el lapso de media hora, en este estrado, la misteriosa artista «la sometió a una sesión de masaje, como el que se da tras los baños rusos». No se detenía en su tarea más que para «garrapatear cifras y líneas en hojas de papel que os entregaba».

Todo esto, mientras un haz de ll.11mas dirigido sobre la desnudez de la paciente seguía las manos de la artista «como si ésta dibujara con luz».

-Bien, ¿y qué? -·preguntó Edison.

-Que a juzgar por la primera y lejana voz de Hadaly -respondió lord Ewald-, esa señoras Any Sowana debe ser un ente maravilloso.

-Veo que habéis intentado todas las noches, en vuestra quinta, explicaros por vosotros mismos mi obra. Está bien. Adivináis algo del arcano inicial pero nadie puede imaginar por qué circunstancia milagrosa y adventicia pude resolverlo. Esto prueba que aquellos que buscan no son los que todo lo logran.

¿Recordáis la historia que os conté abajo, acerca de un tal Edward Anderson. Lo que me preguntáis no es más qúe el final de aquella historia: helo aquí.

Después de un silencio, Edison prosiguió:

-Bajo los golpes de la ruina y de la triste muerte de su marido, la señora Anderson, desposeída súbitamente de su casa, sin pan siquiera, y ateniéndose con sus dos hijos de diez a doce años a la muy problemática caridad de algunas superficiales relaciones comerciales, contrajo una, enfermedad que la redujo a la más completa inacción. ‘Era una de esas grandes neurosis incurables, la del sueño.

Ya os he dicho cuanto estimaba yo a aquella mujer, sobre todo por su inteligencia. Tuve la satisfacción de ayudar a la abandonada, como hace años me ayudasteis, y en nombre de la antigua amistad que en mí acrecentaba su desgracia, coloqué como mejor pude a los niños y tomé todas las medidas para que su madre estuviese al abrigo de todo desamparo.

Pasó algún tiempo. Durante mis raras visitas a la enferma, tenía ocasión de comprobar unos raros y persistentes períodos de sueño, en los cuales me hablaba y respondía sin abrir los ojos: Hay muchos casos, hoy perfectamente clasificados, de somnolencias letárgicas en las que los pacientes permanecen· trimestres enteros sin tomar alimento. Como tengo una facultad de atención bastante intensa, acabé preocupándome por curar, si era posible, la enfermedad de la señora Any Anderson.

Lord Ewald hizo un movimiento de sorpresa al oír subrayar con la entonación el nombre de la enferma.

-¿Curar? -murmuró-. ¡Decid mejor transfigurar!

-.Quizá -repuso Edison-. La otra noche me di cuenta, por vuestra actitud tranquila ante miss Alicia Clary, sugestionada por el efecto del hipnotismo cataléptico, de que estabais al corriente de estas nuevas experiencias que los más expertos han. Intentado. Se ha demostrado, ya lo sabéis, que la ciencia reciente y antigua y antigua del magnetismo humano es una ciencia positiva, indiscutible, y que la realidad de nuestro fluido nervioso no es menos evidente que la del fluido eléctrico.

No sé como tuve la idea de recurrir a la acción magnética para ver el alivio que  podía proporcionar a la desgraciada. Por aquel medio quise combatir la invencible torpeza corporal. Me informe acerca. de. Los métodos más seguros ; ensayé con mucha paciencia. Persistí a diario, durante cerca de dos meses. De pronto, después de haberse producido sucesivamente los fenómenos conocidos, aparecieron otros que la ciencia encuentra hoy turbios, pero que mañana se esclarecerán. En los prolongados desvanecimientos se manifestaron algunas crisis de videncia mental, absolutamente .enigmáticas.

Entonces, la señora Any Anderson comenzó a ser mi secreto. Aprovechando su estado de torpeza vibrante y aguda, desarrollé prontamente y al mayor grado la

aptitud de proyectar mi voluntad .. Hoy poseo la facultad de emitir a distancia una carga de influjo nervioso suficiente para ejercer un dominio casi ilimitado sobre determinadas naturalezas, y no en días, sino en horas. Establecí entre la durmiente y yo una corriente tan sutil, que fue bastante acumular el fluido magnético en dos sortijas de hierro y ponernos una cada uno para que Sowana recibiera la transmisión de mi voluntad y se encontrara además, mental, fluida y verdaderamente, a mi lado para oírme y obedecerme, aunque su cuerpo estuviera a veinte leguas de distancia. Tiene ella siempre en la mano una bocina de teléfono, por medio del cual me responde a cuanto digo en voz baja. ¡Cuántas veces hemos hablado así, con positivo desprecio del espacio!

La he llamado Sowana hace un momento. Ya sabéis. sin duda, que la mayoría de las magnetizadas se designan a sí mismas en tercera persona, como los se ven distantes de su organismo y de su sistema sensorial. Para despojarse, por medio del olvido, de su personalidad física y social, muchas de ellas, al llegar al estado vidente, tienen costumbre de bautizarse con un nombre de ensueño, cuyo origen nadie sabe; en su letargo luminoso, no quieren ser denominadas más que con ese pseudónimo ultra terreno. Así, un día, la señora Anderson me dijo, interrumpiendo una frase empezada, estas palabras inolvidables:

-«Amigo, recuerdo a Annie Anderson que duerme allí, donde estáis; pero, auí, no recuerdo más que un yo que se llama desde hace tiempo Sowana.»

– i Qué tenebrosas palabras tenía que oír esta noche! -murmuró el joven lord con estupor silencioso.

-Cierto: cualquiera diría que estamos en el límite de un campo de experiencias rayano con lo fantástico -dijo Edison-; qué extraño deseo, legítimo o frívolo, me pareció digno de ser satisfecho; desde entonces, en nuestras charlas lejanas, no interpelo a la señora Anderson, sino bajo la insólita denominación que me notificó.

Lo hago tanto más gustoso cuanto que los dos seres morales, el de la señora Anderson en estado de vigilia, y el de ella misma durante el sopor magnético, son absolutamente diferentes. En lugar de la mujer, sencilla, digna e inteligente con limitación que conocí en el sueño, se me revela otra múltiple y desconocida. La vasta sabiduría, la elocuencia nada común, la idealidad penetrante de esa durmiente llamada Sowana (que físicamente es la misma mujer), me parecen lógicamente inexplicables. ¿No es estupendo ese fenómeno de dualidad? Sin embargo, es un fenómeno que, con menor intensidad, ha sido confirmado y reconocido en todos los sujetos sometidos a los magnetizadores. Sowana no es una excepción más que como sujeto de anormal perfección en el caso fisiológico, gracias al género particular de neurosis.

He de deciros, milord, que después de la muerte de la bella Evelyn Haba!, la muchacha artificial, creí conveniente enseñar a Sowana las reliquias burlescas traídas por mí de Filadelfia. Al mismo tiempo le comuniqué mi proyecto, ya muy detallado, de la concepción de Hadaly. ¡No sabéis con qué gozo sombrío y vengador acogió y alentó mis planes! No sosegó hasta que no empecé mi obra, en la cual tanto me absorbí que mis trabajos sobre el poder luminoso y la confección de lámparas sufrieron una demora de dos años, lo cual me ha hecho perder millones. Cuando hube fabricado todas las complejidades del organismo de Hadaly, las junté en su unidad transfiguradora y les di la apariencia de una joven armadura inanimada.

Al ver el prodigio, Sowana, presa de una concentrada exaltación, me pidió le explicara sus más secretos arcanos con el fin de conocerla en su totalidad, y de poder, si llegado el caso, incorporarse ella misma y animarla con su estado sobrenatural

Impresionado por aquella idea confusa dispuse en poco tiempo, y con todo el ingenio de que soy capaz un sistema de aparatos bastante complicado de inductores invisibles y de condensadores nuevos; le añadí un cilindro-motor correspondiente al de los movimientos de Hadaly. Cuando Sowana se hubo adueñado de todo aquello sin advertirme previamente, me envió al androide mientras terminaba un trabajo. Confieso que el conjunto de la visión me causó el sobrecogimiento más terrible que he sufrido en toda mi vida. La obra espantó al obrero.

-¡Qué llegará a ser este fantasma cuando remede a una mujer! -pensé.

Desde entonces, todas mis medidas fueron calculadas y tomadas para encontrarme en disposición de intentar, en favor de un corazón intrépido, lo que hemos realizado. Hay que tener en cuenta que, todo no es quiméricoen esta criatura. Hadaly, bajo la apariencia de la electricidad y simbolizando bajo su armadura de plata a la humanidad femenina, es el ideal, el ser desconocido, tanto para mí como para los demás, puesto que si conozco a la señora Anderson os aseguro que no conozco a Sowana

Lord Ewald se inquietó al oír aquellas graves palabras del electrólogo. Este siguió:

-Al amparo de las enramadas y de las luces floridas del subterráneo, Sowana, con los ojos cerrados, era una Visión fluida que se incorporaba a Hadaly. En sus manos solitarias, como las de una muerta, aprisionaba las correspondencias metálicas del androide; andaba en el paso de Hadaly, hablaba en ella, con esa voz peculiarmente lejana que vibra en sus labios cuando está en sueños. Fue también suficiente repetir en silencio, pero moviendo los labios, cuanto decíais para que la desconocida, escuchando por mí, os respondiera por medio del fantasma.

¿Desde dónde hablaba? ¿Dónde escuchaba?  ¿En quién se había transformado? ¿Cuál era aquel fluido incontestable que confería, como el legendario anillo de Giges, la ubicuidad, la invisibilidad y la transfiguración intelectual? ¿Con quién había que entendérselas?

Preguntas.

¿Recordáis el naturalmovimiento de Hadaly al ver la reflexión fotográfica de la bella Alicia 7 ¿Y lo que os dijo abajoa propósito del aparato termométrico destinado a medir el calórico de los rayos planetarios y su explicación 7 ¿Y la singular escena de la bolsa? ¿Recordáis la precisión con que Hadaly descubrió el atavío de miss Alicia cuando leía bajo la lámpara del vagón nuestro telegrama? ¿Sabéis cómo pudo producirse aquel hecho de videncia extra-secreta? Esta es la explicación: Usted estaba saturado del fluido nervioso de su querida y detestada viviente. Recordad que Hadaly os tomó la mano para llevaros hasta el cajón misterioso donde descansaban los restos de la estrella teatral. Pues bien, el fluido nervioso de Sowana se encontró por la última transmisión del otro en comunicación con el vuestro por el contacto de la mano de Hadaly . En aquel mismo momento voló por las invisibles vías que os unían a vuestra amante y fue a alcanzar el centro efusivo, es decir, a miss Alicia Clary en el vagón que la traía a Menlo Park

-¿Es posible? -preguntase lord Ewald.

-N o es que sea posible; es que sucede –replicó el inventor-. Muchas cosas hay de apariencia imposible realizándose a nuestro alrededor. Esta no es de aquellas que pueden sorprenderme, pues soy de los que nunca olvidan la cantidad de nadaque ha sido necesaria para crear el universo.

La inquietante soñadora, tendida sobre cojines puestos sobre una gran lámina de vidrio, tenía en sus manos la clave de inducción cuyas teclas entretenían la corriente entre el androide y ella. Existe tal afinidad entre los dos fluidos a que estaba sometida que no me chocaría dado el ambiente en que nos encontramos. que no se efectúe en este momento el fenómeno de extra-videncia.

-Perdón –dijo lord Ewald-, muy admirable es que la electricidad sola pueda transmitir a distancia y a alturas ilimitadas todas las fuerzas motrices conocidas. Según las memorias que se publican en todas partes mañana hará irradiar en cien mil hilos, desde unas fábricas, la ciega y formidable energía de las cataratas, de los torrentes y quizá de las mareas. Mas todo ese prodigio es inteligible, pues existen conductores palpables que sirven de vehículo al poder del fluido. Lo que no acierto a comprender ni a admitir es esa traslación semi substancial de mi pensamiento vivo, a distancia y sin inductores más o menos tenues

-Primeramente -respondió el ingeniero- la distancia en este caso no es más que una ilusión. Además, prescindís de los hechos oficialmente adquiridos a la ciencia experimental, por ejemplo: no sólo el fluido nervioso de un ser viviente, sino la virtud de ciertas sustancias se transmite a distancia en el organismo humano sin ingestión, sugestión ni inducción

Los hechos siguientes están admitidos por los más positivos de los médicos actuales; escójanse varios frascos de cristal herméticamente sellados y envueltos conteniendo drogas cuya naturaleza ignoro. Tómese al azar uno de ellos y acérquese a doce o catorce centímetros del cráneo de una histérica; al cabo de unos minutos, la paciente se convulsiona, estornuda, vomita o duerme según las virtudes propias de la sustancia puesta detrás de su cabeza. Si se trata de un ácido mortal, la enferma presentará los síntomas característicos de la intoxicación. Si es un electuario caerá en éxtasis de cariz religioso y con alucinaciones sagradas, con la particularidad de que la paciente puede ser fiel a un culto distinto de aquel que le sugiera las visiones. Si se le acerca un cloruro, verbigracia el cloruro de oro, su proximidad le quema hasta arrancarle gritos de dolor. ¿Dónde están los conductores de esos fenómenos? Ante esos hechos incontestables que llenan de estupefacción legítima a la ciencia. experimental, ¿por qué no habría de formularse. La hipótesis de la posibilidad de un fluido nuevo, mixto, síntesis del eléctrico y del nervioso, relacionado por una parte con aquel que mueve el solenoide y la aguja imantada, y, por otra, con el que fascina al pájaro bajo la mirada del gavilán?

Si en un estado de súper sensibilidad histérica, una afinidad inductora puede someter el organismo de un enfermo a las propiedades de unas sustancias y facilitar su influencia a través de los poros del pergamino o del cristal, como el imán, es indiscutible que de las cosas vivas, vegetales y aún minerales se desprende un oscuro magnetismo que puede atravesar, sin inductores, obstáculos y distancias hasta impresionar con su virtud especial a un ser vivo. Admitido esto, ¿cómo podría sorprenderme que entre tres individuos de la misma especie, puestos en relación por un centro electro magnetizado común se produjera el fenómeno mencionado?

Para terminar diré que, puesto que la sensibilidad oculta de Sowana no es refractaria a la acción secreta del fluido eléctrico, pues  la señora Anderson sufre una sacudida a su contacto, y en el estado cataléptico se manifiesta insensible, creo que queda demostrado que el fluido nervioso no se halla en estado de indiferencia total respecto del fluido eléctrico y por consiguiente qué sus propiedades pueden fusionarse en una síntesis de naturaleza y poder desconocidos. Quien descubra el nuevo fluido y pueda disponer de él corno de los otros, será capaz de realizar prodigios que oscurezcan los de los yoguis de la India, de los bonzos tibetanos, de los faquires encantadores de Coromandel y de los derviches del Egipto Central.

Lord Ewald respondió después de un momento de meditación:

-Aunque por una conveniencia intelectual no he de ver a la señora Anderson, Sowana me parece una excelente amiga, y como dada la magia circundante ha de oírme… quiero hacer una última pregunta: ¿Las palabras que Hadaly ha pronunciado en el parque hace un momento, fueron dichas y declamadas por miss Alicia Clary?

-Sí -respondió Edison-. ¿No habéis reconocido la voz y los movimientos de la viviente? Mas si ésta los ha recitado tan maravillosamente, sin comprenderlas, ha sido gracias a la paciente y potente sugestión de Sowana.

Al oír aquella respuesta, lord Ewald permaneció en un supremo estupor. La explicación era deficiente. No era concebible que hubieran sido previstaslas diferentes fases de la escena.

Se dispuso a declarar y a probar al ingeniero, la rad1cal y absoluta imposibilidad del hecho, no obstante la solución dada. Mas cuando iba a declararle su certeza recordó las súplicas de Hadaly al encerrarse en las sombras de su féretro artificial.

Guardando en el fondo de sus ideas la sensación de vértigo que sufría, no replicó una palabra. Lanzó una ojeada al ataúd. Presumió distintamente en el androide

la presencia de un ser ultra terreno.

Edison prosiguió:

-El estado.de espiritualidad constante y de soberana clarividencia en que se desarrolla la vida realde Sowana, le confiere un poder de sugestión de los más intensos, sobre todo en individuos medio hipnotizados por mí. Aún sobre su inteligencia los efectos de su voluntad son inmediatos

Únicamente por estar sometida a la supremacía de esa mfluenc1a, la comedianta recitó, pacientemente en este estrado, rodeada de invisibles objetivos, cada frase de las que Hadaly posee. Fueron tomadas las entonaciones y las miradas apetecidas, que habían sido inspiradas por Sowana. Los fieles pulmones de oro de Hadaly no registraban a menudo, bajo los dedos de la inspiradora, más que el matiz vocal ensayado veinte veces seguidas. Por mi parte, con micrómetro en mano y lupa ante los ojos, no cincelaba más que aquello que la instantánea fotografía me revelaba. Durante once días que este trabajo ha requerido se terminó el resto del fantasma menos el pecho, obedeciendo a mis indicaciones. ¿Queréis ver algunas docenas de pruebas especiales en las cuales se ha punteado el cartón para que guardara el polvo metálico necesario a la imantación de una de las cinco o seis sonrisas fundamentales de miss Alicia Clary? Aquí las tengo en este cartapacio. La expresión de los juegos de fisonomía se matiza con el valor de las palabras; cinco contracciones de cejas modifican las miradas ordinarias de esta mujer.

En el fondo, toda esta labor, de apariencia tan compleja y de detalles de reproducción difícil, se reduce, por medio del análisis de la atención y de la perseverancia, a tan poca cosa que, estando seguro de las fórmulas integrales, todo ese trabajo de reproducción no es ni arduo ni molesto. Después de cerrar la armadura, y cuando me dispuse a cubrirla de carne artificial, poniendo una capa sobre otra, Hadaly extraviada en sus limbos- repitió delante de mí, de una manera irreprochable, todas las escenas que constituyen el espejismo de su ser mental.

Mas hoy, durante todo el día, tanto aquí como en el parque, el ensayo definitivo hecho por ella, ya vestida como su modelo, y Sowana, me ha maravillado.

Era la humanidad ideal menos aquello que es innominable en nosotros. Confieso que estaba entusiasmado como un poeta. ¡Oh, las palabras melancólicas realizando la voluptuosidad del ensueño! ¡Qué voz y qué profundidad penetrante en los ojos! ¡Qué cantos! ¡Qué hermosura de diosa olvidada! ¡Qué embriagadoras lejanías de alma femenina! ¡Qué alusiones desconocidas al imposible amor! Sowana, acariciando las sortijas, transfiguraba a la evocadora de los sueños encantados. Ya os dije que son los más luminosos espíritus entre los grandes poetas y pensadores de este siglo los que han escrito las admirables y sorprendentes escenas.

Cuando en vuestro viejo castillo la despertéis, a partir del primer festín de pastillas y de la primera copa de agua, comprenderéis toda la perfección de ese fantasma. En cuanto la presencia de Hadaly y sus costumbres os sean familiares, vendréis a ser un sincero interlocutor, pues si yo he dado lo que físicamente tiene de terrestre y de ilusorio, por otra parte le ha sido añadida un alma que se ha superpuesto a mi obra, alma desconocida para mí, que se ha incorporado a ella para siempre y que regula los detalles más mínimos de las espantosas o dulces escenas, con arte tan sutil que sobrepasa, en verdad, la imaginación humana.

En esta nueva obra de arte donde se condensa, irrevocable, un misterio no imaginado hasta ahora, ha quedado sugerido un ser ultra-humano.

EL ADIOS

Hora triste, en que cada cual se va por su lado.

VÍCTOR HUGO. RUY BLAS

Edison dijo:

-La obra está terminada y puedo afirmar que no es un huero simulacro. Un alma ha sido añadida a la voz, al gesto, a las entonaciones, a la sonrisa, a la palidez misma de la viviente que constituyó vuestro amor. En ella, todos esos dones eran cosas muertas, falaces y envilecidas; hoy, detrás de su velo se esconde la femenina entidad a la que correspondía tanta insólita hermosura. Quizá el espíritu y la forma pertenecían uno a otra; y por eso el primero se ha juzgado digno de animarla. Así, aquella víctima de lo artificial ha rescatado lo artificial. ¡Abandonada por un amor degradante y obsceno, se ha engrandecido en una visión capaz de inspirar el amor sublime! Aquella que fue herida en sus esperanzas, en su salud y en su fortuna : aquella que fue agobiada por el infortunio de un suicidio, ha apartado a otro del suicidio. Decidíos, ahora, entre el fantasma y la realidad. ¿Creéis que esta ilusión puede aún retenernos en este mundo? ¿Creéis que valga la pena vivir?

Lord Ewald, por toda contestación, se levantó y sacando de un estuche de marfil una admirable pistola de bolsillo se la ofreció a Edison, diciéndole:

– Querido encantador, permitidme que os deje un recuerdo de nuestra inaudita aventura. ¡Lo tenéis muy bien ganado! ¡Os entrego las armas!

Edison también se levantó, tomó el arma, la amartilló y, alargando el brazo por la ventana abierta, dijo:

-Esta bala se la envío al Diablo, si es que existe, y en tal supuesto me inclino a pensar que está en los alrededores.

-¡Ah, como en el Freyschütz! –murmuró lord Ewald, sonriendo por la broma del gran inventor.

Este hizo fuego sobre la oscuridad.

-Tocado -gritó en el parque una voz extraordinaria.

-¿Qué es eso? –preguntó el joven un poco sorprendido.

-No es nada. Es uno de mis antiguos fonógrafos  que se divierten solos -respondió Edison siguiendo su formidable chirigota.

-Os quito una sobrehumana obra maestra –dijo lord Ewald tras una pausa.

-No, porque tengo la fórmula. Sin embargo, no fabricaré más androides. Los subterráneos servirán para que me esconda solo y madure en ellos mis descubrimientos. Ahora, milord Celian Ewald, un vaso de jerez y … adiós. Habéis optado por el mundo de los ensueños; llevaos a la incitadora. Yo me quedo encadenado por el destino a las pálidas realidades. La caja para el viaje y el carro están dispuestos; mis mecánicos, bien armados, os escoltarán hasta Nueva York. donde el capitán del trasatlántico Wonderful está ya advertido. Quizá nos veamos en el castillo de Athelwold. Escribidme. ¡Vengan las manos! Adiós.

Edison y lord Ewald se dieron un último apretón de manos.

Después de unos minutos, lord Ewald estaba a caballo junto al carro, rodeado por las antorchas de su temible mesnada.

El convoy se puso en marcha. Pronto desaparecieron los extraños jinetes en la carretera que llevaba a la estación de Menlo Park

Edison se había quedado solo en su pandemónium. Se dirigió lentamente hacia las negras colgaduras cuyos pliegues caían sobre algo invisible y los descorrió.

Vestida de negro y tendida sobre un sofá de terciopelo rojo, apareció una mujer esbelta, todavía joven, a pesar de que unas hebras de plata le blanquearan la negra cabellera por las sienes. El rostro, de rasgos severos y encantadores, de óvalo puro, acusaba una sobrenatural tranquilidad. La mano que caía sobre el tapiz aprisionaba una bocina de electrófono provista de una mascarilla especial. No parecía hablar, y caso de que hablara, se presentía que el auditor tendría que acercarse mucho a ella.

-Sowana -dijo Edison-. Esta es la primera vez que la ciencia prueba que puede curar al hombre… aun del amor.

No contestó la vidente. El electrólogo le tomó la mano y se estremeció al encontrarla frígida. El pulso ya no latía; el corazón estaba inmóvil. Durante mucho tiempo multiplicó los pases magnéticos despertadores alrededor de la frente de la adormecida. Todo fue en vano.

Al cabo de una hora de ansiedad y de esfuerzos estériles de volición, Edison se convención de que aquella que parecía dormir había abandonado definitivamente el mundo de los humanos

FATUM

Cuando hubieron transcurrido tres semanas después de estos acontecimientos, Edison empezó a inquietarse por el .silencio de lord Ewald, que no enviaba carta ni telegrama alguno.

Algunos días después, a las nueve, estando el ingeniero en su laboratorio, recorriendo junto a la lámpara uno de los principales periódicos americanos, su atención se fijó en las siguientes líneas, que leyó por dos veces con profundísimo estupor:

-NOTICIAS MARÍTIMAS

«La pérdida del vapor The Wonderful, que anunciábamos ayer, se ha confirmado, y acerca de ese siniestro hemos recogido los detalles siguientes: EL fuego se declaró a popa, hacia las dos de la madrugada, en lOs depósitos de mercancías. Por una causa desconocida, unos barriles de petróleo se inflamaron e hicieron explosión.

Como el mar estaba muy picado y el vapor cabeceaba fuertemente, las llamas invadieron en un momento el almacén de equipajes. Un fuerte viento Oeste propagó el incendio con talrapidez, que la llamarada apareció simultáneamente con el humo.

En un minuto, trescientos pasajeros se despertaron sobresaltados y se agotaron sobre cubierta, enloquecidos por el inevitable peligro.

Se presenciaron escenas horribles.

Ante el fuego que crepitaba y crecía, las mujeres y los niños lanzaban gritos de espanto.

El capitán manifestó que el barco zozobraría en cinco minutos. Todo el mundo quiso refugiarse en las chalupas que se pusieron a flote. Las mujeres y los niños fueron embarcados primeros.

Durante estos horrorosos momentos se produjo en el entrepuente un extraño incidente. Un joven inglés, lord E***, intentaba penetrar por una escotilla en medio del incendio, entre los cajones y bultos en combustión.

Derribó al segundo de a bordo y a uno de los contramaestres, porque intentaban contenerle, y fue necesaria la intervención de media docena de marineros para poderle reducir, impidiéndole lanzarse a las llamas.

Pugnando por desasirse, gritaba que quería salvar a toda costa una caja que. contenía un objeto tan precioso, que ofrecía la enorme cantidad de cien mil guineas a aquel que le ayudara a sacarla del siniestro . Semejante cosa era imposible e inútil de intentar, pues las embarcaciones apenas eran suficientes para los pasajeros y la tripulación.

Fue menester amarrarle, no sin gran lucha, pues dio pruebas de extraordinario vigor, y conducirle desmayado en el último bote, cuyos pasajeros fueron recogidos .por el aviso francés Redoutabfe, a las seis de la mañana.

La primera chalupa de salvamento, cargada de mujeres y niños, zozobró. Se calcula que el número de ahogados pasa de setenta y dos. He aquí los nombres de algunas de las desgraciadas víctimas.

Seguía una lista oficial. En los primeros nombres figuraba el de mis Enma Alicia Clary, artista lírica Edison tiró violentamente el periódico. Transcurrieron cinco minutos sin que una sola palabra tradujera sus sombríos pensamientos. Dio un golpe en el botón de cristal. Se apagaron todas las lámparas.

Entonces empezó a dar sus cien pasos en la oscuridad.

De pronto sonó el timbre del telégrafo.

El electrólogo hizo lucir la lamparilla junto al aparato Morse.

Tres segundos después, se apoderó del telegrama y leyó las siguientes palabras:

«LIVERPOOL.-PARA MENLO PARK. NUEVA JERSEY.-EsTADOS UNIDOS.–17, 2-8-40.-EDISON, INGENIERO.

«Estoy inconsolable por la pérdida de Hadaly. Todo mi duelo es por esa sombra. Adiós.-LORD EWALD‘

Al leer aquello, el gran inventor se dejó caer en un asiento, cerca del aparato. Su mirada distraída encontró la mesa de ébano; una claridad lunar blanqueaba el brazo encantador y la pálida mano de las sortijas mágicas. Acongojado, soñador, se extravió en impresiones desconocidas; sus ojos miraron a la noche por la abierta ventana. Escuchó durante algún tiempo el ruido del indiferente viento de invierno que agitaba las ramas desnudas y negras. Después levantó la mirada hacia las viejas esferas luminosas que ardían, impasibles, entre los densos nubarrones y punteaban hasta lo infinito el inconcebible misterio de los cielos, y sin poderlo remediar se estremeció -de frío, sin duda en silencio.

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