Cartas a Tarantino

Fragmento del libro


Cartas a Tarantino
Cartas a Tarantino
Alejandro Cernuda Ver en Amazon


Carta No.1 A Quentin Tarantino. Noviembre, 24 de 2009

Estimado Sr:

Todo comenzó cuando encontré su billetera a medio enterrar en la arena de la Croisette, luego las gafas de sol rotas hacían insoportable el sol bajo de la tarde. Nos sentamos lejos de los curiosos, como un par de vagos sin otra ocupación que matar el tiempo. Era la primavera del 94 y a lo mejor ya usted no me recuerda. Había buen aire de la Riviera, aunque a veces insoportable. Usted parecía eufórico, hasta ebrio puede decirse, por la Palma de Oro entregada a Pulp Fiction. Le era fácil olvidar el gesto cortés, la palabra amable, la cara de cuanto desconocido se le acercaba.

Conversamos un buen rato a la sombra de una palmera, sentados en un banco probablemente hoy roído por el salitre. ¿Recuerda la polémica sobre el viejo slogan del cine? El cine como arte e industria. Yo le decía que el arte depende, y cada vez más, de la industria: un escritor es una máquina de disfrazar pastiches, un pintor es la fábrica de mercancías para colgar… Todos quieren saber, con razón, cuánto vale su carga de sexto sentido. Y usted me respondió que era la herencia de los alquimistas: el ímpetu de convertir en oro.

Aunque conversamos de asuntos dispersos: el clima, los adolescentes norteamericanos en Europa, Eisenstein, la violencia familiar de los esquimales, las francesas en bikini, la pronunciación casi histriónica de la pareja de ancianos provenzales cuando reían entre ellos y lo llamaban “l’enfant terrible” con una admiración casi morbosa… Hablamos de otros temas que supongo haya olvidados. Hubo, eso sí, un momento para el comentario crítico de la ceremonia.

Tampoco yo recuerdo muchos detalles, ni del hotel. Sé que hubo algo relacionado con la selección de los vinos y cosas por el estilo. Luego comenzamos a hablar de nuestro trabajo. Usted se mostró interesado en mi obra literaria. Aunque ha pasado el tiempo, es mi deber no dejar sin atención la curiosidad surgida. Quizá no me recuerde, pero usted me pidió que le enviara alguno de mis guiones.

Ah, pero en ese momento: las gafas aplastadas sin querer, la billetera a medio enterrar, el inoportuno paparazzi ¿Recuerda la manera extraña en que se encorvaba ese chico para hacer las fotografías?… Antes de marcharse al hotel usted insistió en que le enviara el guión de una película. He tardado varios años en decidirme, por otra parte, compromisos de urgencia me impiden enviarle un trabajo completo. Ya le adjunto fragmentos, amigo, y no lo desestime porque la historia le parezca alejada de su cultura. Es solo una ilusión óptica, pues todo está en nosotros desde el principio. Lea este guion que le envío. Con él mi poco de vanidad y mi admiración.

Saludos:

Diógenes Ruz