El juego de Onetti

Fragmento del libro


El juego de Onetti
El juego de Onetti
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El arte de caerse de culo


Al llegar a la cima del filón y sin mirar el pueblo de Amaya, el reivindicator se limpió el polvo de los zapatos. Algunas fuentes señalan que hasta escupió para abrillantarlos, mas es poco probable debido a la existencia de un escaso pero permanente hilo de agua justo en aquella parte del filón. Luego sí es seguro que estuvo mirando por un rato las casas blancas levantadas a manera de laberinto alrededor de la iglesia de Santa Amaya de Trípoli, demasiado empinada con respecto a las otras construcciones. Salvo la iglesia o el almacén de trigo, lo demás eran viviendas de tosca piedra y tejas, marcadas por la desolación que padecen a la hora de la siesta los pueblos de antigua tradición hispana. Tal vez el reivindicator buscó a vista de pájaro algún indicio que le demostrara cuál de aquellas era la casa de Farnesio Flores, el último maestro del arte de caerse de culo. Pero las casas, sin serlo, eran iguales y poco memorables.

Era la hora de la siesta, como ya se ha apuntado. Roger Montero, el reivindicator, no cayó en la tentación de echarse a la sombra de la única encina que remataba el filón; tampoco se especula que haya pensado en Margarita o leído algo de Pablo Coelho. Prefirió estar alerta y un par de horas más tarde su constancia dio resultado. El pueblo comenzó a despertar como de cien años de postración. Hasta el viento sopló más débil para dar paso a los ínfimos signos de vida. Lo notó primero en los dos gatos que se dieron cita en el tejado del almacén, luego en la música de una radio ilocalizable, una voz que maldice y por fin una mujer. No era Ulrique Rebolledo, su objetivo en esta misión; y aunque solo había visto de ella una foto y saberla embarazada como esta, el caminar de la mujer que tenía a la vista no era el de la famosa actriz sueca y ahora esposa del magnate del magnesio Alexander von Von. Sin embargo, se dijo que a donde iba aquella embarazada debió también ir Ulrique, quien se encontraba en el mismo estado ¿a qué otro lugar sino a casa de Farnesio Flores, el viejo reputado por los mejores abortos ilegales del país, gracias al dominio del arte de caerse de culo?

El reivindicator no perdió tiempo. Lo tenía todo pensado y por eso se deslizó loma abajo en una caja de cartón que había subido a propósito. Fue un deslizamiento rápido y silencioso. De hecho la inercia lo puso a unos metros de la primera bocacalle. Roger Montero se sacudió el pantalón con dos golpes de sombrero, se arregló la mochila a la espalda y a paso doble puso aquella primera mujer a la vista. Decimos la primera mujer pues en la próxima oración hablaremos de otras y de hecho aquí acaba esta. Había tres o cuatro mujeres fuera de la casa de Farnesio. No todas estaban embarazadas. Para ser exactos, pues sí contamos con el dato, eran tres grávidas, contando a la recién llegada, una señora de edad madura que al parecer acompañaba a la del vestido azul, una mulata de ojos verdes, alta y con una barriga al parecer continente de un par de críos; la otra mujer no lo era aún, no tenía más de catorce y por su forma de vestir se podía sospechar que habitaba en el pueblo. Tal vez era pariente asistente de Farnesio o solo curioseaba, aburrida. Es sabido que este tipo de “don” poseído por el maestro del aborto por culazo pasaba de una generación a otra y tal vez la chica estaba en proceso de aprendizaje. Todas las mujeres se sorprendieron al ver al reivindicator. Incluso una de ellas, la que había seguido, murmuró un: Los hombres no pueden estar aquí.

El blanco de las paredes ardía en los ojos. Tal vez por eso las mujeres se empecinaron en observarlo y él demoró un poco la mirada, o tal vez el oído, en el tropel de las ovejas que pasaban por la calle paralela: Busco a Farnesio, dijo por fin. ¿No ha traído a su esposa? preguntó la adolescente. No está claro por qué en ese momento el reivindicator se registró los pantalones. Las mujeres lo miraron como si de un momento a otro Roger Montero podría sacar una esposa del bolsillo. Claro que no fue así, pues es bien sabido que ser reivindicator es como un sacerdocio, y también se sospecha que las mujeres no caben en los bolsillos.

Una teja cayó del almacén y al rozar la pared dejó una mancha color tierra a la altura de la ventana. Todos miraron el último momento de la estampida de los gatos mientras la ventana se abría y sin dejarse ver un hombre blasfemaba en el interior del almacén. Por Dios, dijo la que acompañaba a la mujer del vestido azul. Reivindicator se había acercado y compartía una parte del banco con la mulata de ojos verdes, la que no se sentía cómoda con esto: Yo soy un hombre decente, señora. No tuvo más que decir nuestro hombre, pero la mulata no disimuló su nerviosismo. Entonces él pensó que podría funcionar un libro. Así que sacó El Alquimista de Coelho, el libro que siempre leía en estos casos, acto que en lugar de sedar a la mulata, aumentó el desgano de las demás mujeres y a no dudar que también el tuyo, querido lector. Un poco después Farnesio Flores se asomó a la puerta. Al ruido de la cortina todos se pusieron de pie. Farnesio era un hombre tan flaco, pequeño y viejo que bien podría negarse su existencia. Al ver al reivindicator le dijo que si acompañaba a alguna de las mujeres debía esperar en la iglesia.

Tengo entendido que la iglesia está abandonada. Usted la abandonó y ahora es solo el lugar donde se espera.

No exactamente –dijo Farnesio Flores y miró con detenimiento al reivindicator- ¿Qué busca usted?

Fue el último párroco de la iglesia y ahora se dedica a una actividad no muy bien vista por el Vaticano. Es un poco irónico, ¿no cree?

Cómo ya le dije, no exactamente. Si usted viene de parte del Papa, dígale que ya estoy cansado de sus mensajeros. Yo poseo un don, eso es lo qué más le molesta.

Ya, papá –dijo la joven- El señor no es del Vaticano, es un reivindicator.

¿Es tu padre? –preguntó a la chica Roger Montero- Tiene gracia: un cura con hija.

No es mi padre biológico. Cómo ya le ha dicho él en dos ocasiones, no exactamente.

¿Y tú cómo sabes quién soy?

No es el primer reivindicator que viene a Amaya para tratar de impedir un aborto. De hecho a los otros le ha apuntado la misma arma que lo hace ahora contra usted.

Reivindicator no se volvió, pero además del chasquido metálico, por supuesto, en la cara de las mujeres, recién enteradas, se mostraban dos temores. El de ser perseguidas por un reivindicator implacable, pues a cualquiera de ellas podría estar buscando; y el temor a la violencia de la muerte y la sangre en la punta del fusil que se asomaba por la ventana entreabierta del almacén.

Si la mujer que busca, quien quiera que sea, ha llegado hasta mi puerta, ahora está bajo mi protección. Usted debe mantener la distancia, señor reivinidcator.

No puedo estar más de acuerdo; pero también debo advertirle que estoy haciendo mi trabajo y no cejaré hasta impedir el aborto por caída de culo.

Comprenderá, señor…

Roger Montero

Ah… Comprenderá que vienen mujeres importantes de todo el mundo y no puedo ni delatar su identidad ni exponerlas a fallar en su intento.

Princesas e hijas de magnate que vienen a caerse de culo frente a usted… Supongo que tampoco puede dejar de cobrar sus honorarios.

En eso no hay diferencia entre nosotros, ¿no cree?

Reivindicator sintió los pasos a su espalda y luego el leve empujón del fusil contra la mochila. Alguien dijo: Camine. Dieron media vuelta y unos pasos en dirección al almacén. En ningún momento Roger Montero tuvo contacto visual con su enemigo, pero sí vio la sombra perteneciente a un hombre corpulento. Otra evidencia de su volumen podría ser la respiración alterada tras el evidente esfuerzo para cruzar la ventana.

Espera, Turco, aún no –dijo Farnesio y luego al reivindicator- No podemos quedarnos con la curiosidad de saber a quién busca.

El “aún no” dicho por Farnesio y su necesidad de saber justo en este momento a quién buscaba, no eran signos halagüeños de lo que iba a ocurrir entre él y la supuesta bala que avanzaría en cualquier momento por el cañón de aquel fusil.

Busco a Madonna –mintió el reivindicator. La adolescente abrió los ojos y quienes no lo sabían aún comprendieron que la chica se dedicaba a pedir autógrafo a todas aquellas famosas mujeres que eran atendidas por Farnesio Flores, el maestro del arte de abortar al caerse de culo. Era un tibio negocio para una chica que posiblemente no tuviera una cuenta de Facebook, en un pueblo donde la electricidad se mantenía por una planta de gasolina solo un par de horas luego de caer el sol.

Miente –dijo de pronto la chica del vestido azul- No niegue que me busca a mí… pero como ve ha fallado. Tengo por maridos a cuatro generales georgianos, cualquiera de ellos sería capaz de contratar a un hombre tan bajo como usted; y por otra parte, la señora que me acompaña se parece un poco a Madonna. No sé si se han fijado.

O tal vez se lo haya encargado mi marido. No en balde llegó hasta aquí siguiéndome –dijo la primera mujer. Mi marido es el reparador de raquetas de tenis en el palacio de Buckingham, y por tanto está bien relacionado con gente de toda calaña, hasta de la más baja –dijo mientras señalaba al reivindicator- Quién duda que mi marido lo haya contratado, y no solo eso, sino que haya reparado la raqueta de la señora Madonna.

Vino a por mí, de eso no hay dudas –susurró la mulata- Soy hija de un rey mandinga muy dispuesto a pagar a quien me lleve de regreso a la tribu… Tiene un disco de Madonna y lo cuelga en el campo de arroz para espantar a los gorriones.

Silencio –ordenó Farnesio- No puede venir buscando a Madonna, porque esa señora difícilmente tendría necesidad de mis servicios. Es un mentiroso, un embaucador, un sinvergüenza… Turco, haz lo que tengas que hacer.

Reivindicator fue conducido hasta el almacén. Debió el mismo abrir la puerta, con mucho esfuerzo y sin ayuda, pues el Turco, aunque intentó, no podía ayudar y apuntarle a la vez. En ese momento, como si fuera el último, Roger Montero debió recordar a Margarita, aunque no hay pruebas de ello. La chica que antes de enredarse Roger en esta vida de aventuras lo abandonó por el panadero de un pueblo tan pequeño como aquel. Un panadero al que le gustaban las canciones de Madonna. Uno nunca sabe cuántas veces pensó en ella y deseó matarla, si lo hizo o no… Matarla como haría con él de seguro este hombre que ahora le apuntaba a la espalda. Lo que sí es cierto –lo dijo el Turco- fue el susurro de una canción que más tarde fue interpretada como de Ricardo Arjona.

Enseguida que se escuchó el estampido reivindicator supo que no iba a morir a manos del Turco. El ruido pareció cercano pero él no estaba herido. Tampoco fue un disparo sino algo mayor, una bomba, una granada de mano. Ambos echaron a correr a la vez hacia la casa de Farnesio Flores, pero aunque se apuraron y era solo rodear el almacén y atravesar la plaza. Ni el Turco o él lograron los primeros puestos en el círculo que se había formado junto al cuerpo desmembrado del moribundo maestro del arte de caerse de culo. El pueblo a una voz se había levantado y la pequeña plaza reventó en pocos segundos de gente que parecía estar loca de sed de venganza. Era un mal lugar y momento para un forastero; así que reivindicator procuró quedarse al margen. Cuando el Turco logró romper el círculo de niños, mujeres, hombres y ovejas, y se aproximó a su desmembrado patrón, solo pudo escuchar las palabras terribles de una confesión. Alguien había colocado una mina antipersonal debajo de la alfombra donde se practicaba el aborto por caída de culo. Lo que el Turco tenía frente a él eran las consecuencias del aborto de la mujer que había seguido reivindicator. El pueblo de Amaya perdía su Maestro y en Buckingham ya nadie arreglaría con la misma pasión de antes las rotas raquetas de tenis.

En situaciones como esta Roger Montero sabía que su condición de reivindicator iba a ser malinterpretada. Cada vez que ocurría una muerte cerca de él la gente centraba la esperanza en que él iba a proporcionar una solución. Lo confundían con un detective privado, un héroe de novela negra. Lo cierto es que para Roger había dejado de ser un honor la confusión luego de la muerte de Phillip Marlowe, su amigo de la infancia. En este caso supo además, que esforzarse en encontrar un culpable solo serviría para eximirse de la responsabilidad si alcanzaba el éxito. Encontrar al asesino del maestro era su única oportunidad. Miró las caras a su alrededor. Trató de recordar cada detalle de las mujeres que esa mañana acompañaban a Farnesio Flores. Algo debió haber en una de ellas que ofreciera un indicio. Estaba ahí, pensando a toda máquina en el borde exterior del círculo de curiosos. De repente el campesino que estaba frente a él lanzó una flatulencia y el reivindicator no pudo más que salirse de sus pensamientos y girar el cuello en busca del aire cargado de polvo pero limpio de olores. Fue entonces cuando vio una sombra que se arrastraba entre el almacén y las últimas casas del pueblo. Quien sea debe ser, pensó y trató de alcanzarla. Sin embargo, la sombra siguió a rastras a una velocidad poco común para un ser humano en esa posición. Era sin dudas alguien bien entrenado para avanzar sin ser visto. Un ninja o algo así, alguien sin dudas letal y sin contemplaciones. Fue en ese momento de seguro cuando Roger Montero se acordó de Margarita. Aun varios miembros de ese extremo del círculo llegaron a afirmar que el nombre de la actual mujer del panadero en un pueblo pequeño y lejano fue nombrada cual el Quijote solía hacerlo con Dulcinea.

El reivindicator dobló por el costado de la casa donde vio desaparecer la sombra. Solo su oído podía ayudarlo. A sus espaldas, en el círculo ya los hombres pedían un culpable para empalarlo y hasta alguien, por suerte sin mucho éxito, pidió la muerte de todos los forasteros. Dos horas más tarde el reivindicator no había logrado acercarse a la sombra que, en el laberinto de las casas, siempre mantenía la misma distancia. De ahí partió su primera reflexión: el culpable era alguien del lugar y no un enviado del Vaticano como podrían estar pensando ahora los dolientes de Farnesio. Un poco más tarde la noche cayó, y hay que apuntarlo con certeza en la forma que le pareció al reivindicator. No hubo tarde ni se vio el sol languidecer; sencillamente la noche cayó como el clic de un interruptor. Fue en ese instante que reivindicator se sintió seguido también y no de una manera sigilosa como él lo hacía con el sospechoso. Varias voces lo conminaban a detenerse. Justo en el momento que le daban caza, hizo él lo propio con el supuesto asesino de Farnesio Flores. De un salto se abalanzó sobre él y otro tanto hicieron los campesinos sobre el reivindicator. Así quedó la escena: el reivindicator asía la pata trasera de una oveja y los campesinos lo atraparon a él por los pies. Fue entonces acusado de robo mientras la policía local, con eficiencia, hacía rato que guardaba en la cárcel del pueblo a la sospechosa del asesinato.

Cuando Roger Montero fue empujado en la única celda del pueblo de Amaya comprendió dos cosas: compartía el espacio con la supuesta asesina de Farnesio Flores y aquella mujer: la que antes había sido mulata y ahora era blanca no iba a ser otra que Ulrique Rebolledo, la esposa del acaudalado magnate del magnesio Alexander von Von.

Ya ve que me han acusado de la muerte del Maestro del aborto por caerse de culo solo porque me maquillé la piel para esconderme de usted.

¿Y qué pasó con la otra embarazada?

Una murió al caer de culo.

Eso lo sé, me refiero a la que acompañaba una mujer de mediana edad.

¿Pero cómo no va a saberlo?

La mujer del vestido azul no era otra que Britney Spears y la acompañaba Madonna. El caso es que Britney parió del susto y el bebé ha sido llevado, junto a su madre a Nueva York. Si usted llega a entrar en el almacén donde el turco lo iba a ajusticiar, y en mala hora no lo hizo, comprendería que adentro estaba el avión particular de la señora.

¿Y Madonna por qué no está aquí con usted? Puede ser igual de sospechosa.

Bueno, sospechosa es, pero le ha prometido a la policía que dará un concierto esta noche en la plaza del pueblo y todo el mundo está excitado con la idea.

Veo que está en un lío usted, señora de von Von.

Su caso no es más halagüeño, señor Montero. Esta gente cuida mucho a las ovejas. Lo tratarán a usted como se trata a los lobos en las aldeas.

Contrario a lo que ha sido planteado en varias ocasiones por los expertos, el reivindicator no pensó esa noche en cómo salir de su peligrosa situación ni en aclarar el misterio de la muerte del Maestro. Ya se había dicho a sí mismo que tenía más de detective pringado que privado. Su único pensamiento, y de eso hay clara constancia en los dibujos que realizó en las paredes de la celda, están relacionados con su enojo por no poder asistir al concierto de Madonna. Es cierto que la algarabía se escuchó en todo el pueblo y la atmósfera de tensión por tal acontecimiento hizo olvidar por unos instantes la mengua sufrida por el pueblo con la muerte de Farnesio Flores. Otro detalle de importancia es que en la celda había una sola cama, así que con una mujer y por demás embarazada, es seguro de que el reivindicator se echó cerca de la puerta, donde aún hoy se pueden ver los dibujos relativos al concierto mezclados con frases de canciones.

A la mañana siguiente la celda se abrió y junto a dos policías se abrió camino la adolescente que acompañaba al Maestro. Se aproximó a la cama y con voz entrecortada le dijo a Ulrique:

Se estremecen los cimientos de Amaya. Con la muerte del Maestro el arte de caerse de culo desaparecerá y con ello poco a poco moriremos todos. Así que tú no has asesinado a un hombre, sino que a todo un pueblo –mientras esta conversación tenía lugar el reivindicator, con avidez, preguntó a los policías sobre los pormenores del concierto.

Pero yo no lo he matado –se defendió Ulrique.

La escuché cantar Like a prayer, ¿qué les pareció? –preguntó el reivindicator.

No podemos dejar que la obra del Maestro quede inconclusa –dijo la adolescente.

Le dedicó esa canción al Maestro –dijo uno de los policías- El pueblo completo se echó a llorar.

Me imagino –dijo el reivindicator.

Me imagino –dijo la adolescente- que aún querrás que te practiquemos el aborto. Como no tenemos a nadie más, queremos hacer una ceremonia en honor al Maestro antes de enterrarlo. Yo te practicaré el aborto en medio de la plaza. Será la primera vez que no se hace en secreto. Luego te ejecutaremos, lo cual por desgracia no es la primera vez que se hace en público; pero no se puede tener todo, ¿no crees?

Va a ser que no –dijo el reivindicator.

Cómo –preguntó la adolescente mientras se volvía para mirarlo.

Hablaba de Madonna. Ella no pudo dedicarle esa canción al Maestro, que había renegado de su fe.

Usted es un fresco –dijo la adolescente.

Ya me lo habían dicho.

Está bien. Voy a abortar en público –susurró Ulrique.

Todo está listo –dijo la adolescente- condúzcanla a la plaza. Y al reivindicator también. Los empalaremos juntos para ahorrar tiempo.

Hombres y ovejas colmaban la plaza. Vino el presidente del país y una delegación del Vaticano. Príncipes, magnates y esposas de magnates. Todos querían rendir tributo a la muerte del Maestro y quienes intentaban expresar su dolor no hacían más que caerse de culo sobre las piedras del camino. Claro que ya el reivindicator, como todo el pueblo, sabía que la mina antipersonal había sido colocada bajo la alfombra por la adolescente. Ulrique solo era el chivo expiatorio, para que ella demostrara su capacidad para seguir la sucesión y perpetuar entonces el negocio que alimentaba al pueblo, que no era otro que el de los autógrafos, pues además de las famosas embarazadas venían a Amaya otros tantos coleccionistas de garabatos que compraban a buen precio cualquier trozo de papel, discos y hasta cuero de oveja firmados por una de esas damas de la farándula. De hecho allí mismo, en aquella ceremonia, había un par de entarimados donde se vendían fotos autografiadas de actrices y cantantes. El pueblo de Amaya no necesitaba la verdad. Vivían en el precepto de a rey muerto rey puesto y la chica, como un rey arbóreo que destruye a su rival era en ese momento la reina. La verdad no podía hacer nada contra este momento de consolidación. Ulrique Rebolledo debía abortar y el reivindicator mancharía con su sangre la blanca pared para que esto sirviera también en aumento del prestigio de la nueva Pitonisa.

Antes de comenzar la ceremonia –dijo la adolescente luego de que el pueblo arrebatado aplaudiera el momento en que ella subió a la picota- Gracias, gracias por los aplausos. Decía que antes de comenzar la ceremonia debemos permanecer un minuto en silencio por la memoria del insustituible Maestro Farnesio Flores, quien fue como un padre para mí y me enseñó todo lo que sé al respecto del efectivo método de caerse de culo para abortar.

Estas últimas palabras las resaltó en su discurso. Si se tiene en cuenta que luego de ellas el pueblo mantuvo silencio por un momento, está claro que muchos de ellos vieron en la adolescente la única persona capaz de mantener la sucesión. Todo estaba planeado de una manera poco menos que perfecta.

Ahora, queridos amayenses y visitantes en general, Madonna interpretará de nuevo Like a prayer, como lo hizo anoche en honor al maestro. Luego firmará algunos autógrafos, los cuales serán gratis para los diez amayenses destacados en la cosecha del año anterior y con un precio módico para los demás habitantes del pueblo. Los visitantes que quieran hacerse de la rúbrica deben comprarlo en los entarimados de reventa. Tanbién liberaremos la mano del reivindicator para que pueda firmar, si alguno desea su autógrafo antes que lo castremos de manera radical. En el caso de él los autógrafos serán gratis para todos. La señora Ulrique Rebolledo, asesina de nuestro Maestro, no está autorizada a firmar, salvo diez pieles de ovejas que mantendremos en el fondo de una fundación que hoy inauguraremos. La fundación FF.

La gente aplaudió como loca y las ovejas balaron. Madonna cantó su canción, luego firmó los autógrafos y se dirigió al helicóptero que, viniendo a por ella, se había colocado detrás de la picota. Pese a que el reivindicator fue liberado de ambas manos para firmar nadie excepto el Turco le pidió que lo hiciera. Mientras Ulrique Rebolledo, visiblemente emocionada, ponía su firma sobre los toscos pellejos de oveja el Turco le ofreció un papel y pluma a Roger Montero.

¿A cuántos reivindicator has asesinado ya?

Cuarenta y dos.

¿Y no se te ha escapado ninguno?

Jamás, tengo mi secreto para conocerlos… y de hecho, he pedido autorización para matarte yo mismo, ya sabes, quiero mantener la exclusiva.

Se supone que Roger Montero haya firmado este papel, pero lo cierto es que nunca se encontró. En todo caso la ceremonia continuó adelante. Un problema de organización lo llevó a la picota, pues no estaba claro si sería él ajusticiado antes o después. El caso es que la adolescente, sin hacer caso de su presencia –y ya hemos visto lo peligroso que puede ser tener un reivindicator en el entorno- continuó con la ceremonia de aborto.

Y ahora, queridos míos, vamos a continuar con el aborto de esta buena mujer, antes de hacer justicia.

Ulrique firmó su último pellejo y fue a colocarse en medio de la picota. El reivindicator, al ver a Madonna, en la parte trasera, expectante y emocionada, no pudo más que acercarse a ella para pedirle un autógrafo.

Ya sé que no soy del pueblo, pero no quiero morirme sin una firma suya. Tómelo como el pedido de un moribundo –el revinidicator, al no tener papel ni cosa parecida, recordó que usaba calzones blancos y se bajó el pantalón para ser firmado allí.

Es usted deprimente –le dijo Madonna y se negó a complacerlo.

Entretanto la adolescente había unido sus dos manos a la altura del vientre, flexionó un poco las rodillas para lograr un trampolín donde Ulrique Rebolledo, descalzada, colocó su hermoso pie. La técnica consistía en, a la cuenta de tres, ambas mujeres debían unir esfuerzos para que la paciente hiciera una voltereta de espaldas y callera de culo sobre el suelo, lo que significaba un aborto instantáneo. Visto está que una técnica, al parecer sencilla, requiere un entrenamiento constante, por lo cual no se recomienda intentar en casa. Aun para una experimentada y experta Pitonisa, como ya casi lo era la adolescente, hay detalles que de obviarlos pueden resultar fatales. La celeridad de los hechos había causado que los pellejos de oveja donde firmó Ulrique no estuvieran del todo tratados y la grasa había manchado las manos de la hermosa mujer. Al apoyarlas en los hombros de la adolescente e intentar el salto, sus manos se deslizaron y en lugar de dar una cabriola cayó con todo su peso sobre la enclenque señorita, la cual cayó de culo y, milagro, abortó. El pueblo se quedó en silencio. Demoró metafórico día en que el culo empinado de Ulrique le permitiera erguirse. La adolescente y su aborto permanecieron entonces a la vista de todos. Reivindicator no perdió tiempo, se abalanzó sobre Ulrique Rebolledo, la cargó a modo de costal sobre sus hombros y con una agilidad no esperada de un hombre con el pantalón a la altura de las rodillas, subió en el helicóptero de Madonna. El helicóptero, que era de alquiler y por tanto no conocía la identidad de su pasajero, se puso en movimiento a la primera orden de Roger Montero.

Así terminó la secuencia de hechos de la cual tenemos noticia fiel. Lo otro son especulaciones, tales como que Madonna regresó en pollino a la capital o que el aborto de la adolescente fue entendido como un milagro más. Unos meses después Ulrique Rebolledo tuvo un par de mellizos de los cuales se ocupó el magnate del magnesio Alexander von Von, mientras ella se iba a tierras mandingas, en África, a invertir en un negocio millonario y la verdadera pasión de su vida: a vender discos para espantar pájaros en los sembrados de arroz.