Gertrudis Gómez de Avellaneda vivió abrumada por la pasión de vida. Sufrió y gozó gracias a su inteligencia y sensibilidad. Dicen que creció pensando en el teatro, escribía y lo interpretaba todo como en un juego perpetuo y era tan preocupante que su madre le prohibió tomar en sus manos cualquier obra dramática.
Pero Gertrudis Gómez de Avellaneda se sabía. Si una cosa la caracterizó en lo humano fue conocerse a sí misma. Su temperamento apasionado, entusiasta fueron cortados por las tristezas que le trajo ser hembra e inteligente en el siglo XIX, cuando todavía las palabras de Voltaire eran ley: Una mujer estúpida es una bendición de los cielos.
Tula, como la llamaban sus allegados, sabía de su talento y pese al mundo, se encargó de que el mundo lo supiera. Si la consideramos española, era la más clara mente femenina de esa patria y la primera mujer en cargar con el honor de serle negada una Silla en la Real Academia de la Lengua. Había llegado con 22 años, luego de pasarse dos meses en alta mar y escribir su poema Al partir, uno de los más inspiradores.
Si cubana la queremos quienes vivimos de esa pequeña vanidad que nos la deja en el espacio, aunque no en el tiempo; si es de mi isla, fue nuestro escritor más grande del siglo XIX si descontamos a José Martí y la más clara representación del romanticismo, contando a Martí, a Heredia y al que venga por ese trillo. ¿Suficiente? Pues si no, digo más entonces, ningún dramaturgo cubano ha llegado tan lejos.
La Avellaneda se conoció más por su obra teatral que poética. Saúl, fue un éxito apoteósico y temprano, suficiente para desde ese momento ser considerada una de las mejores autoras de España, luego le siguieron casi veinte obras, que si no tan exitosas como la primera, sí de una calidad sobresaliente, y luego Baltasar, su éxito de la vejez.
Entre sus grandes obras cuentan las leyendas que le inspiró su isla cuando regresó de visita y la novela Sab, la primera novela antiesclavista, pero que ella no quiso bien. Gertrudis era atractiva, nació hermosa y se convirtió en una especie de reina del salón, pero no por su belleza, sino gracias a su acusado talante dramático.
Dicen que tuvo abundantes relaciones amorosas, truncadas la mayoría por la incapacidad de adaptarse. No creía en medias tintas, en un tiempo donde estaban de moda. Por otra parte, tal vez reclamaba atenciones en demasía. Escribió en carta al final de su vida: Querer y ser querida, pero de una manera total y absoluta.
De los amores de Gertrudis
Ignacio de Cepeda, su gran amor, un joven de 21 años -ella tenía 24- con abolengo que se remontaba a Santa Teresa de Jesús. Él estudiaba humanidades en Sevilla, pero terminó en el mundo de las finanzas. Allí se conocieron e intercambiaron abundante correspondencia. Se enamoran, pero él la teme. Se escriben durante 16 años. La relación estaba condenada desde el comienzo. Ignacio se había comprometido con una prima suya a un matrimonio de conveniencia.
Con el paso de los años Ignacio de Cepeda y Alcalde se involucró cada vez más con la vida provinciana. Fue nombrado Consejero Real de Agricultura debido a sus aportes. En este artículo hablamos de Ramón de la Sagra, otro hombre relacionado con Cuba y que tuvo una influencia notable en la economía andaluza.
Ella, mientras, en Madrid, se enamora de otros, sufre, Cepeda muta en confidente. Luego, viuda de Sabater continúan. En el año 1854 él se casa y no se escriben más. Esta relación dejó, sin embargo, el mejor testimonio para conocerla. Las cartas y una autobiografía que ella escribió para él fueron publicadas luego de la muerte de Cepeda. En tanto, Gertrudis Gómez de Avellaneda escribe Dos mujeres, más que una novela, un alegato contra el matrimonio de conveniencia.
En ese mismo año (1854) el poeta Gabriel García Tazara se propone conquistarla, tal vez movido por la vanidad. Tula era pretendida por los hombres de la crema y nata intelectual. Gabriel García Tazara se lo propuso y lo logró. Luego la abandonó, embarazada. Ella, en cambio, le escribe dramáticas cartas, lo reclama, él no aparece. La escritora se convierte en una madre soltera. ¡Escándalo! La niña fue al fin reconocida por su padre, pero murió a los siete años.
Gertrudis Gómez de Avellaneda escribe entonces Adiós a la vida. Piensa que es su final de escritora, pero no fue así. Tiene treinta años. Años después Tazara reaparece en su vida. Se intercambian notas, libros; todo en un asexual consorcio, una amistad como si antes no hubiera pasado nada.
Estuvo casada dos veces, la primera en 1846, con Pedro Sabater, la segunda con el coronel Domingo Verdugo. Con él vuelve a Cuba y durante seis meses dirigió una importante revista en La Habana, bajo el título Álbum cubano de lo bueno y lo bello. Fue nombrada Poetiza Nacional. Luego de una gira por varios países regresa a España.
Cada viudez la hundió más en una devoción férrea a la fe. Sus decepciones entonces la atacaron donde era fuerte. La esperanza de ser admitida en la Real Academia se vino abajo. Gertrudis Gómez de Avellaneda murió en Madrid, sola, triste quizá, pero sin resentimiento ni rencor.
Álbum cubano de lo bueno y lo bello
La revista Álbum cubano de lo bueno y lo bello se define como una publicación quincenal sobre literatura, moral, bellas artes y moda. Elementos que aún en esa época no estaban reñidos. En ella participaron importantes escritores como: Juan Clemente Zenea, Rafael María de Mendive, Luisa Pérez de Zambrana y Enrique Piñeyro, entre otros. En este enlace se puede ver un ejemplar.

Se escribía en ella poesía, crónica, consejos morales. Había una sección sobre mujeres célebres, donde se habla de Safo, Santa Teresa de Jesús, Semiramis y Sofonisma, afamada pintora, y muchas más. Una especie de guía de actividades culturales en La Habana. La revista, que no era ilustrada describía a la perfección la moda de aquella época. Una que otra reflexión sobre el papel y situación del artista en esa época y al final anécdotas y advertencias.
El Instituto Cervantes ha digitalizado algunos ejemplares de esta revista. Se pueden descargar en este enlace.