Como pudo ser en el caso de Emerio Medina (Mayarí, Cuba), debe ponérsele nombre al momento en que un escritor emprende por fin- la mímesis de su vida dentro del oficio. Es, tal vez, el momento iniciático de su ejercicio real, cuando logra extraer de sí los valores comunes y los personajes pierden esa calidad de autorretrato. Entonces su literatura está lista para trascender, aunque sea un poco.
Emerio Medina aprendió a hacerlo de otra manera o lo supo desde el principio. El escritor está en sus personajes, pero no al modo de los que cuentan su propia vida, sino de cómo reaccionarían ante las diferentes variantes de la peripecia. Me explico. Quien se haya enfrentado a la literatura de cincuenta años atrás, o se dedique a escuchar a los viejos, sabe que la palabra para designar el divertimento no era como ahora, la fiesta, sino el baile. Esta denominación implicaba, además del jolgorio, un compromiso de los actuantes con la acción.

Se iba al divertimento con el propósito de ser público y protagonista a la vez. No a la feria de los que observan. La literatura de Emerio Medina tiene de baile y no de fiesta. En cada una de las historias de Rendez-vouz. se lee entrelíneas su concepción del ser humano. Como si sus ganas de decir estuvieran atribuladas no por su retrato, sino por la plena admiración y conocimiento del retrato de los demás. Pero, ¿por qué el baile?
Si se leen con atención los diez cuentos que forman el cuerpo de Rendez-vous, se comprenderá que la supuesta mímesis necesaria para marcar el profesionalismo de un escritor se trastoca en una no deliberada concepción del personaje. Nada de arquetipos ni figurantes. Emerio Medina procura y logra no conducirlos con su mano sino a la inversa. Ellos son los que dicen, como soldados del destino, de qué forma manifestarse. Por eso es capaz de andar otra vez sobre los pasos que la literatura cubana ha desechado por manidos, como si dijera: No cierren este capítulo que aún faltan cosas por decir.
Este grito, para nada síntoma de haber llegado tarde al baile, conlleva no solo a la buena literatura o a la coda. Es su expresión un nuevo modo de repensar las situaciones dramáticas de los últimos tiempos. En la actualidad, principio de la segunda década del siglo XXI, hablar en Cuba de Emerio Medina implica una comparación deportiva o cuando menos el espasmo de la envidia. Es conocido que en tiempo récord ha obtenido una gran parte de los premios importantes que se entregan en nuestro país. La farándula ha sido sacudida por la serie de sus éxitos sin que una explicación plausible se haya dado de esto.
Emerio escribe bien, pero eso no alcanza cuando la mayoría de los premios importantes están sucedidos, al hacerse públicos los textos, del asombro y en todo caso el desconcierto. Más exacto sería decir: Nadie escribe como él. Y esto trae como consecuencia una duda generacional, un cómo es posible. Lo cierto es que quienes se lo preguntan aún, es porque han ido poco a sus libros.
Cuando Emerio Medina publicó por primera vez Rendez-vous, todavía era para muchos el escritor que estaban dispuestos a perdonar. Hoy, ya lo sabe aquellos que lo han leído. Estamos en presencia no de un manojo de cuentos juntados en varios libros, sino a la vista de un probable fenómeno sin muchos precedentes en el cuento cubano. Lo que Emerio deja entrever en un cuento como Nueva York, el mangle, el filo del hacha, sin ser para mí el mejor de esta colección, se hizo ley en sus próximos libros.
Se alejó un tanto de nuestra maldita circunstancia y dio a conocer, hoy, varios de los relatos paradigmáticos de un fenómeno en ciernes, pero inevitable de nuestra literatura: la búsqueda de tierra firme y universal, luego de la fiesta de circunstancias que aún observamos desde la barra.