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El consejero en peligro

Por Alejandro Cernuda Categoría Cine

Se va convirtiendo en un cliché encontrar películas que son preferibles a la novela original. Si antes con mucho no se pasaba de El Padrino, hoy no se necesita esfuerzo para encontrar ejemplos.

Este fenómeno cada vez más frecuente tiene su base, tal vez, en el hecho de que el cine es un elemento más integrado a la modernidad, más homogéneo, más pensado para el público y hecho de muchos nombres; y por supuesto en el triste empeño que tienen los novelistas de éxito, de escribir pensando en la pantalla, como si la novela fuera sólo un paso previo al éxito.

No me refiero en este preámbulo a libros que exigen de la imaginación elementos que le son fáciles al cine, por ejemplo, Los juegos del hambre o Las crónicas de Narnia. En ese tipo de historia es normal que el cine, por recursos, supere a la novela. En ellas no son esenciales argumentos ni personajes ni la belleza de la forma; las únicas herramientas, sumadas a un público entrenado, con que cuenta un novelista. Tal vez un día tengan en cuenta ese elemento para catalogar un buen libro: su preferencia ante la película que brota de él.

Nótese, hablo de preferencia pues resulta estéril comparar dos manifestaciones artísticas. Señalo además que le párrafo anterior fue un preámbulo, más o menos necesario al tema de este artículo: El consejero, el filme de Ridley Scott y la novela de Cormac MacCarthy.

El director de películas tan exitosas como Alien, el octavo pasajero o Blade Runner, ha unido un elenco de estrellas de principios de siglo para hacer una película donde se presiente el fracaso, artístico y no taquillero, pues ya dijimos de la imposibilidad de comparar manifestaciones distintas; y a la vez, demostrar lo frágil que puede ser esa gran fuerza del cine, el talento colectivo.

Que una novela No Country for Old Men haya ganado un Pulitzer y luego los hermanos Coen saquen de ella un guión para hacer una película más o menos memorable, no significa que la historia se pueda repetir si se pone en batidora una serie de elementos dados por ortodoxos y seguros en el cine moderno: dígase un director famoso, un grupo de estrellas y un escritor de éxito como guionista.  

Hasta ahora no he podido encontrar una sinopsis concluyente de la película. Y luego de verla no paso más allá de afirmar que un abogado de éxito se involucra en asuntos de tráfico y todo termina mal, pero si otros o yo, no podemos pasar de ahí, es erróneo concluir que la película es un bodrio.

Tampoco porque alguien sea un buen escritor, debe saber escribir guiones; menos se cumple si solo es un escritor de éxito. Cuando más, en el sentido artístico de la película lo considero su primer error y uno de los grandes aciertos en el problema fundamental del cine moderno: la taquilla. Dicho sea de paso, me gusta la taquilla como fin, el problema está en el público que la paga.

El diálogo está formado por una serie de consejos filosóficos que incumplen una de las tareas fundamentales del lenguaje: definir al que habla y más bien se encargan de repetir como autómatas el pensamiento de una mente que mueve los hilos fuera de la escena.  

Elementos de los que se tienen noticia adelantada vienen a la conversación para luego ser utilizados en la trama, solo por eso; por ejemplo: el collar guillotina eléctrico, las películas snuff o los guepardos que cazan conejos. Este recurso, válido en la novela, no sirve de nada en el cine.

El fabuloso acto sexual de Malkina (Cameron Diaz) con el California amarillo, el coche de Reiner (Javier Bardem)… fabuloso, Cameron Diaz aún puede ponérsela dura al 60 por ciento de la población masculina del plantea, pero conozco santas que han hecho cosas peores y es un pueril mesurar la locura de una mujer con una escena basada en una imagen válida en la literatura, al comparar la vulva de una mujer contra el cristal delantero del coche con la boca de un pez limpiador de peceras… si eso se pudiera hacer igual en el cine que en la novela, ya no tendría sentido escribir libros… La imagen aun en esta crítica queda mejor que en la película. 

Vi buenos escritores saltar de emoción al leer En la carretera de Corman MacCarthy, no tengo nada contra él y lo felicito por excusar a su historia de ser, guion mediante, preferible en el cine que en la novela. Considero a Ridley Scott un buen director, más allá de esta o de Prometheus. Presiento en los actores de El consejero, algo más que una reunión de bellas caras y barniz de Hollywood –me gusta Hollywood- pero no puedo dar mi voto a la película ni creer que aciertan MacCarthy y los demás directores que se han ocupado de sus argumentos.

Tanto en No Country for Old Men como en esta última, hay un intento de desacralizar la visión que se tiene del personaje central de una historia: el abogado –que no da un consejo en toda la película- parece que en algún momento va a asumir el cambio de consciencia debido a su circunstancia pero solo logra hacernos pasar el tiempo entre diálogos tan profundos como el Pacífico.

Es un intento fallido de remover la rueda delantera de la bicicleta y seguir viaje. No digo que no pueda funcionar, solo que malabarismos a tal escala, como lo hace Hitchcock en Psicosis al desangrar la supuesta protagonista en la ducha, y seguir adelante para terminar todo en una gran película, no se resuelve con que Rubén Blades nos explique por teléfono en qué consiste la vida.  

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