Y si acaso te hiere el dolor.
Me ha dado un vuelco ésa de Arráncame la vida. No me refiero a la justa canción de Agustín Lara, sino a la película de Roberto Sneider. A Nietzsche le habría sucedido lo mismo. Sneider, tanto en ésta como en Ciudades Desiertas, ambas adaptaciones de novelas, perfila un personaje que es el hombre nuevo sin estar vivo ahora: un mexicano de nuevo tipo.
El general Andrés Ascencio es la prueba más congruente hecha en el cine –sin conflicto interno alguno- de que los hijos de puta también aman. Este espíritu pragmático se ha ido hoy a otro plano en el país que junto con Argentina –sin tener nada que ver- han creado toda una cultura del dolor. Ese otro plano se ha logrado de una manera irreprochable. Sneider, y antes Ángeles Mastretta, con su novela de 1985, se han ido adentro del personaje, al otro lado de donde se llora, a ver qué hay allí.
Sinópsis de Arráncame la vida
Catalina, a los dieciséis años, se casa con el general Andrés Ascencio –vaga representación de Maximino Ávila Camacho, gobernador de Puebla en 1937- La historia de su vida está contada de acuerdo a los hechos importantes que van ocurriendo en sus vidas. Catalina cuenta su historia mientras los demás personajes van y vienen, aunque en la película algunos con más protagonismo que en la novela original.
Entre los devaneos políticos, las amantes de su marido y los hijos, Catalina encuentra formas de vivir y hacer un poco su voluntad. El general en todo momento, aunque con dureza y remilgos está dispuesto a complacerla. A causa del nombramiento para una secretaría, Andrés Ascencio y su esposa se mudan a Ciudad México.
Allí ella conocerá a Carlos Vives, un director de orquesta que políticamente nada entre dos aguas y parece hacer de la izquierda de sus amigos eso que llaman un largo camino hacia la derecha. Surge entre ellos –Catalina y Carlos- una pasión que desde el primer momento se sospecha va a terminar en tragedia. Y por ahí va la cosa. Se espera dolor desde ese título: Arráncame la vida, salvo que en este caso se ha evitado la catarsis.
¿De qué va este filme que pretende retratar el espíritu mexicano? ¿Qué cosa es México entonces?, nadie lo sabe a ciencia cierta, pero todos tenemos una idea, y esa para nosotros es la verdad. México lindo y querido… Incluso tenemos una idea de lo que es un mexicano de la frontera norte y otra de quienes habitan en Chiapas o Yucatán; en última instancia un mexicano de ciudad.
Es lo que se llama un país multicultural, para terminar rápido el cuento, producto de la unión a la fuerza de muchos pueblos que estaban antes con los que llegaron después y aún siguen llegando. Alimentado con tamales y tortillas, tequila y mucho chile; tráfico, corrido y Cancún; pendenciero y mujeriego él, hacendada y hermosa ella… y otra serie de atributos que no sirven para tener mucha idea, de nada.
Un mexicano no es eso, es simplemente, como en cualquier otro país, tener un DNI nacional, nada más. No se necesita siquiera el formalismo de entender los símbolos patrios o conocer el nombre del presidente –Cualquiera puede ser presidente y todos llegarán más allá-. Los gentilicios los hace una línea que lo mismo al sur o al norte de México, se van borrando a medida que uno se acerca a ellas. Pese a esta última reflexión y si nos vamos a la filosofía más recóndita. Todo lo que podemos nombrar existe, hasta Dios.
Cualquier nativo puede dar una definición más estrecha que yo y sin embargo, tendrá más razón por el hecho de ser de allí. Es este uno de los beneficios de la nacionalidad. En la película misma ellos se ayudan a una definición. En Puebla todo ocurre en los portales, dice Catalina al comienzo del filme.
El general Andrés Ascencio califica de pendejo a casi todo el mundo. El padre de Catalina es un padre dulce que cumple a cabalidad su deber de dejar la suerte de su hija solo en manos del marido. Los mexicanos de Arráncame la vida, la película de Sneider –sospechoso apellido-, esos mexicanos lloran, pero como una buena sorpresa, el dolor no es el sentimiento más íntimo.
Todo queda definido en el momento en que Catalina lanza las flores sobre la tumba de su amante, asesinado de manera indirecta por su marido, más por discrepancias políticas que por celos… Ahí tienes tus flores, imbécil.
Y sobre la imagen de ese amante puro, encarnación del amor, no cuesta mucho –a mí no me costó nada- repetir las palabras de Catalina: ahí tienes tus flores, imbécil.